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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia&empleo@grupojoly.com

Mr. Scrooge sobrevuela España

Por primera vez desde la llegada de la crisis la tasa de ahorro ha bajado sensiblemente en el país

HAY una evidencia histórica que ha llegado a convertirse en un principio económico: cuando los países crecen y se hacen más ricos sus habitantes, la tasa de ahorro de éstos desciende. La inversa también es cierta: cuando el crecimiento mengua, la gente tiende a ahorrar más. Esta relación de hecho tiene detrás al que quizá es el mayor determinante de los comportamientos económicos: las expectativas. El desahogo o el miedo; el optimismo o el pesimismo; la exuberancia o la canina alrededor. La máxima "a mayor crecimiento, menor ahorro", sin embargo, no se comporta tan claramente en unos países como en otros. Por ejemplo, en China y en la India no se da, de momento, porque el principio es aplicable a países maduros en edad. Cuando los nuevos titanes orientales eran más pobres y tenían peores perspectivas, ahorraban mucho; cuando su renta ha crecido a tasas de dos dígitos anuales… siguen ahorrando mucho, de ahí la cantidad de fondos que hay en esos dos países -más en el caso de China-, una liquidez fenomenal que amenaza con "comprar" poco a poco el planeta. No sabemos cuándo decidirán lanzarse al consumo "a la occidental", y cambiarán ahorro por coches, electrodomésticos, servicios del hogar u ocio. En Alemania, por poner otra excepción a la regla, se ahorra más o menos lo mismo crezca lo que crezca la renta per cápita. En España sí se da con claridad. Durante el periodo de vigoroso crecimiento, los españoles ahorramos poco y consumimos mucho; o, si lo prefieren, nuestra forma de "ahorro en ladrillo" resultó ser poco sólida. Desde entonces, nuestro consumo ha declinado y nuestro ahorro ha retomado fuerza.

El miedo, efectivamente, nos hace cerrar el puño. Además, la constatación de que no pocos precios -el primero, el de la vivienda- bajan, unido a la expectativa de que seguirán bajando, retraen el consumo y la inversión, y dan fuerza al ahorro. El propio envejecimiento de la población hace que la tasa de ahorro sea menor: los mayores tienden a consumir el ahorro en mayor medida que a generarlo, salvo aquellos presos del síndrome de Ebenezer Scrooge, aquel viejo navideño y dickensiano, tan tacañísimo (de hecho, el muy evolutivo idioma inglés ha creado el término scrooging para la práctica de sobrevivir con dos duros y encima ahorrar). El ahorro es algo paradójico: por un lado, se pasa uno desde pequeño escuchando lo necesario que es para tu vida futura; por otro, llega Campa (secretario de Estado de Economía) y te suelta que como no bajemos la tasa no vamos a crecer lo que necesitamos crecer para crear empleo. Sus cuentas son de una macro-aritmética un tanto misteriosa. Dijo Campa hace tres meses que si en vez de dedicar el 18% de la renta disponible al calcetín -como hacemos ahora-, dedicáramos dos puntitos menos (o sea, un 16%), el PIB crecería un 1%. Esa relación causa-efecto tiene a su vez un motivo básico: nuestra economía se basa en un 50% en el consumo privado, en hacer circular el dinero de unas manos a otras. Y, claro, para que la gente se anime a consumir, la congoja y los malos presagios no vienen bien. Campa es buen economista y dice que hay que generar confianza para cambiar cartilla de ahorros por tapitas o viajes. Pero no dice cómo.

Los datos del ahorro es España que hemos conocido esta semana parece que fueran producto de haber seguido los consejos de Campa. La tasa de ahorro de los hogares ha caído a niveles de 2008, cuando aún la crisis y sus mengues no habían inoculado el temor en nuestro corazón consumidor. Las interpretaciones son variadas y hasta divergentes. En sentido positivo, podría interpretarse la caída del ahorro como un signo de mayor alegría y confianza por parte de la gente de a pie, lo que nos hace más proclives al carpe diem vía monedero y tarjeta. Por el contrario, puede interpretarse que la gente se come los ahorros porque no tienen ingresos suficientes para mantener su forma de vida, o su vida sin más, como un maratoniano se empieza a comer su músculo a partir de un cierto kilómetro. ¡A ver si funciona el multiplicador del PIB de Campa!

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