Recuerdo aquello como si lo estuviera viendo y han pasado veintiún años mal contados. Primer domingo de septiembre del año 2000 y estábamos en Santiago de Compostela para contar cómo era el comienzo de la temporada para un Betis convulso. Había descendido por vez primera bajo el mando omnímodo de Lopera y en agosto había ocurrido un hecho lamentable, uno de los más penosos en la historia del Real Betis Balompié.

Un par de semanas atrás, la plantilla se había negado a viajar para un amistoso en Mérida, mientras que Alfonso remoloneaba buscando huir de un recién descendido. El ambiente era de lo más enrarecido, el bueno de Fernando Vázquez se partía el pecho buscando reconducir la situación y se arrancaba en el San Lázaro compostelano. Vigilia en el hotel Araguaney con la Pantoja de vecina de planta y un chaval de diecinueve años a la espera del anhelado debut.

Dio la alineación el técnico y Joaquín estaba en el equipo titular y ahí hasta la hora de juego en que fue sustituido por Cañas. Fue el punto de partida para una carrera que ni a pensar por el más optimista que fuese a durar tanto. Se sabía que iba a ser brillante, pero no tan larga. Fue internacional muy pronto, logró una Copa del Rey y en agosto de 2006 lo mandó Lopera a Albacete para el viaje más surrealista que uno pueda imaginar. A partir de ahí, un fructífero nomadeo.

Querido en Valencia, muy querido en Málaga y en Florencia, Joaquín regresaba hace seis años al Betis para una pronta jubilación, decían. Pero no sólo no vino en busca de un retiro bien pagado, sino que sigue siendo piedra angular de ese edificio llamado Real Betis Balompié. Carismático en el campo y en la calle, Joaquín Sánchez ha roto todas las expectativas creadas en sus inicios y en su retorno a casa. Hoy cumple cuarenta años y ahí está el tío. Felicidades, amigo.