Plaza nueva

Luis Carlos Peris

Muerto solo en la Pampa

CUARENTA y nueve años, el veneno del motor en las venas y allá que se fue el hombre a disputar lo que fuese París-Dakar y que ahora se titula sólo Dakar a pesar de que se corre en un lugar con todo el Atlántico de por medio. Cuarenta y nueve años tenía Pascal Terry y a esa edad vio cumplir un viejo sueño, el sueño de correr el Dakar, ese rally que siempre comenzaba en París y que, por razones económicas, fue cambiando de origen hasta este año en que no sólo cambió de origen, sino también de destino. Antes, cuando Pascal Terry iba incubando ese sueño, la prueba era la más dura de cuantas se programaban, sobre todo cuando enfilaba Mauritania camino del Sáhara. Ahora no era el desierto africano ni las tribus nómadas del desierto los peligros que adobaban la prueba hasta hacerla apasionante, no. Ahora se trataba de adentarse por la Pampa argentina, ese mar de hierba paraíso para las vacas y un infierno si se te extravía la brújula.

No eran los beduinos ni los bereberes los peligros ciertos de una prueba que siempre finalizaba en la capital de Senegal y que después de París empezaba en ciudades como Granada, Lisboa, Marsella o Barcelona. El peligro que le obligó a emigrar al otro lado del océano fue Al Qaeda, palabras mayores. Y al conflicto con el calor y los nómadas, con el terrorismo y con esas dunas móviles que despistan al cartógrafo más experimentado le sucedía este año la inmensidad de la Pampa, los bosques de la Patagonia y la aventura que supone cruzar la cordillera andina por el Túnel del Cristo Redentor, un lugar situado a más de tres mil metros de altitud sobre el nivel del Pacífico. Es un trazado tan diferente como diferente es ya el nombre de esta prueba a la que se enganchan veteranos tan iniciados como Carlos Sainz y tan inexpertos como ese francés ya talludito que ha muerto sin que lo echasen de menos.

La muerte de Pascal Terry deja en un muy mal lugar la magna prueba del motor. El Dakar ya registró veinte muertes de pilotos en África, más de medio centenar si contamos espectadores, periodistas y mecánicos, pero se trataba de tragedias inevitables en su inmensa mayoría. Además, lo que pasa en África aporta morbo y el interés se dispara. No es esto lo del francés motociclista, muerto por un edema pulmonar, perdido bajo la sombra de un árbol y sin que nadie lo echase de menos hasta que ya no hubo remedio. Niños y mujeres de Guinea, Malí, Mauritania y Senegal murieron de muy distintas formas. Incluso el fundador de la prueba, el francés Thierry Sabine, pereció en ella al estrellarse su helicóptero, pero esto de perderse sin que nadie se entere y morirse bajo un árbol de la Pampa es demasiado para ser aceptado.

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