ME quedé sin espacio, en una esquina reciente, para completar la argumentación que había preparado acerca de la presencia de mujeres en el Gobierno andaluz. Presencia paritaria en el primer nivel (consejeras: ocho de un total de quince miembros), pero escasa en el segundo (viceconsejeras: tres de quince). Quedaron dudas pendientes de exponer.

¿Cómo explicar este desequilibrio? Cualquiera con dos dedos de frente puede pensar que si hay ocho mujeres en Andalucía, socialistas o no, con capacidad para ponerse al frente de las consejerías de la Junta, ha de haber necesariamente dos o tres veces más mujeres válidas para ser viceconsejeras. Pura lógica: no puede haber tanto talento, brillantez y eficiencia en el primer nivel y tan poco en el segundo. Lo normal es que sea al revés, que la excelencia se reduzca arriba y esté más extendida y disponible abajo o enmedio. Sólo las mejores llegarán a la cumbre y serán escasas en comparación con las menos cualificadas.

Es una contradicción que desafía el raciocinio. A ver cómo se come esto. O bien los consejeros han desobedecido el mandato de Chaves, que él mismo ha aplicado en la práctica, de promocionar mujeres al menos en la misma cantidad que hombres (¡incluso las propias consejeras han hecho caso omiso al jefe!) o bien Chaves ha primado a las mujeres más de la cuenta, haciendo que luzcan en los sitios más llamativos del escaparate de la política pese a que más adentro, en el decisivo segundo escalón, no las ha encontrado con el nivel suficiente.

Hay días en que uno se pone reflexivo, de modo que sigo con el sexo femenino en la vida pública. El feminismo oficial defiende un mito curioso: que la mujer humaniza la política, que una mujer ejerce un cargo público con valores que el hombre ha desterrado, como la sensibilidad, el afán de diálogo y encuentro, la fraternidad. Está por ver. La experiencia sugiere que muchas mujeres se comportan en política exactamente igual que los hombres y son tan ambiciosas, crueles y sectarias como aquéllos. La razón no está en que la condición femenina sea igual o peor que la masculina -sinceramente, creo que es más madura y generosa-, sino en el poder. El poder, la lucha por conquistarlo y la lucha por conservarlo es lo que malea a las personas, hombres y mujeres, hasta hacerlas irreconocibles. Ningún ser humano pasa por una situación de poder sin cambiar, aunque lo proclame solemnemente (como hizo Zapatero hace cuatro años), y, en general, cambia para mal.

Eso es lo que puede hacer a las políticas perder su sensibilidad y su delicadeza de mujer, y eso es lo que tienen que autovigilarse cuando llegan arriba. Como los hombres.

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