Urge que ese Mundialito que suplió a la Copa Intercontinental no se sabe por qué cambie de formato. Meter a los campeones de todos los continentes es medida muy encomiable, pero que sólo sirve para que dicho torneo tenga el mismo prestigio que, por ejemplo, aquel Trofeo de la Galleta que se libraba en tierra palentina lustros atrás. O sea, nulo prestigio por muy mal que lo pasase el omnímodo Real Madrid ante un equipo japonés.

Así como el mundo se divide, según el ingenioso Fernando Villalón, en dos partes, el fútbol, ídem de lienzo. Si para dicho ganadero poeta Sevilla y Cádiz formaban el todo universal, Europa y América componen el fútbol total. El resto no pasa de figurar como mero comparsa y hasta osaría afirmar que hogaño, el fútbol que merece la pena se encuentra única y exclusivamente en el Viejo Continente por la forma en que acapara todo lo bueno que nace en Sudamérica.

Así y todo, la Intercontinental tenía más razón de ser que este Mundialito con más carácter exótico que otra cosa. Recuerdo la primera Intercontinental y fue un acontecimiento. A las tablas de Montevideo, el Real Madrid goleaba al Peñarol en Chamartín para que los aurinegros esperasen un lustro largo para la vendetta. Tuvo que esperar la tropa de Roque Gastón Máspoli, claro que sí, pero entonces hubo lugar para cerrar la herida y eso es impensable en la actualidad.

Aunque desde hace más de medio siglo, el mercado europeo gusta de pescar en los caladeros sudamericanos, una final entrambos puede dar pie a la sorpresa. Ya se sabe que sin posibilidad para la sorpresa, el fútbol es mucho menos de lo que es. Y que no se me diga que el Madrid lo pasó mal ante el equipo nipón porque ello fue más producto de la suficiencia madridista que de la jerarquía japonesa. Creo que el Mundialito es una estupidez y bueno sería regenerarlo.