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Joaquín Pérez-Azaústre

Nadal y españolismo

Nadal levanta el brazo con costumbre y gana, con costumbre, su cuarto Roland Garros consecutivo. Nadal tiene costumbre de ganar y de escuchar, fuera de España, el himno nacional significado como frontera íntima que le saca de dentro de sí mismo, que puede sacudirle, que le afirma en esa dimensión que da el triunfo. La derrota, que siempre ha disfrutado de un mayor prestigio literario, va ganando volumen con Nadal, se va delineando y se confirma en cuanto suena el himno nacional. Justo antes del himno, puede parecer que este muchacho anda por la tierra batida sin esfuerzo, que ha reducido incluso su potencia, que hasta su propia garra personal se ha dulcificado hasta lograr esa cierta indolencia del triunfo, a pesar de su efigie de guerrero indio americano, como el que protagoniza el hermoso cuento de Guillermo Busutil Los indios no lloran.

Pero es a partir del himno, tras felicitar a ese gran galán de la derrota que es Roger Federer, cuando Nadal comprende que ha ganado, que ha sido España también la que ha ganado en la pista central, que España está con él con ese himno, con la misma bandera que aparece aligerando el cielo de estatismo. Sucede con Nadal, precisamente, lo mismo que con otros deportistas de élite: que nos han devuelto bien la idea de España, que nos han dado a España más aligerada de equipaje, de ese turbio equipaje del desánimo o del ánimo turbio, desatado, en la plena conciencia terrorista.

Ahora, cuando en realidad el tema de España ya se ha superado tanto en la vida diaria como en la literatura, España como dogma, España como ejemplo de onanismo, no hay más españolistas esquinados que los que se definen contra España con un nacionalismo de inmundicia. Esa España opresora, esa España centralista y castradora de cualquier singularidad geográfica, sólo existe ya, sólo pervive, en la mente deforme terrorista, y esa misma mente deforme y muy activa últimamente es la que reinventa ese pasado con su actuación de odio y cobardía, con una pretensión de hacer de España, ahora, y de una región de España, un nuevo territorio sin memoria que sólo se conciba desde una posición totalitaria, impuesta por el miedo y por las armas. España, en realidad, ya es poco tema, fuera de la tabarra de los nacionalismos periféricos muy poco viajados y leídos, pero ha vuelto a ser un tema para estos profesionales del rencor, enconados ahora contra la libertad de prensa. Ningún totalitarismo ha permitido, nunca, la libertad de expresión, porque la libertad de expresión, como todas las libertades, ha sido la enemiga natural de cualquier totalitarismo. El atentado, en realidad, es una acción mafiosa, y como tal debe entenderse. El sentimiento patrio, el verdadero, se ha quedado dentro de nosotros contemplando a Nadal arrasando en París por cuarta vez.

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