Nadal

Rafa Nadal no cumple años, sino una era, ajeno a lo que no sea ganar en la pista

01 de febrero 2022 - 01:45

Un técnico de una productora de televisión mallorquina me contó el episodio. En un descanso de un entrenamiento, Rafael Nadal tomó asiento, y emprendió sus rituales de concentración, que parecen obsesivos: colocar la raqueta de una forma dada, abrir una botella de agua, beber de ella un número de sorbos determinado, enroscar el tapón con los gestos de siempre, secarse el sudor con una o dos toallas, abrir una galleta empaquetada, tirar el envoltorio a la papelera... que aquel día le quedaba algo retirada. Falló el primer tiro. Se levantó, recogió el papel de plata, retornó a la silla, lanzó de nuevo; volvió a fallar. Tras el tercer intento, su tío -que todavía era su entrenador- se ocupó de traerle el gurruño hasta que hizo canasta varias veces. Lo que desde fuera parecía un numerito de un joven maniático y algo consentido no era sino una muestra de su forma de ser deportista. No deja nada a medias. Ningún partido, tampoco las finales, incluso las más improbables de remontar. Si Nadal está en la pista, es muy posible que el partido lo gane él. Las casas de apuestas deben echar humo cuando lleva dos sets en contra y todo parece sentenciado. Mentalmente, es el mejor. Aún gana a lo grande a pesar de sus lesiones y de su edad, 35 años, tras haber sido un rey durante casi dos décadas: Nadal no tiene edad, tiene una era.

Que el manacorí es un portento lo sabe todo el mundo y, fatalmente, sus rivales, que pueden entrar en pánico cuando el tanteo les es del todo favorable para derrotar a Rafa. Anteayer yo no hubiera dado un chavo por él ante Medvedev cuando éste le ganaba el Open de Australia casi a paso de oca (de oca rusa). Pero iba, de nuevo, a ser que no. Aguantó el tirón sufriente y aguerrido, perdiendo claramente, hasta que inoculó el curare de su fuerza mental en los músculos del contrincante: su alma poseída por el miedo. La televisión pública no tuvo a bien dar el épico partido. Por algún extraño motivo -España-, Nadal es una especie de símbolo bipolar, cuando por mucho que busques no encuentras declaraciones políticas suyas que estimulen el fervor patriotista ni, en el otro lado, a un mal callado rechazo entre una parte de la izquierda que se resiente de su españolidad. Es cierto que la bandera nacional no le causa complejo, y que prefiere hablar el castellano al catalán (o mallorquín, es lo mismo): oh, pecados de facha. Por sus partes, no sabemos si Vox -al trote, al galope- va a volver a hacer causa del tenista tras haberse hecho serbia unos días en defensa del apóstol de la libertad individual, Djokovic. Que debe de estar mesándose los cabellos.

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