Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Náuseas

EN las fotos de actos de pompa, boato y canapiés siempre aparece ese personaje que se empina para salir bien en las fotos, entreabriéndose entre las cabezas y descollando para que todos sepamos que él está ahí. Las ansias de notoriedad, como el miedo, son libres. Con el nuevo siglo la gente corriente, como usted y yo, tenemos el plasma a nuestros pies, con la factible posibilidad de auparnos en la foto y disfrutar de un puñado de minutos y fajos de gloria a costa de vendernos, de airear las más recónditas sinceridades. A eso le añadimos la envidia para agujerear a los vecinos. Es la esencia de los realities. Unos cuantos anónimos se convierten en el muerto en el entierro y el niño en el bautizo catódico a cambio de que les pongamos verdes mientras ellos se ponen, pasajeramente, morados: el que se presenta a un casting y es aceptado en un reality ya sabe a lo que se expone. Para presumir (en la tele) hay que sufrir. De desvergüenza.

Si uno se dedica a la prostitución o ha matado a sus padres, salvando, y mucho, las distancias entre un supuesto y otro, habrá alguien que esté dispuesto a encontrar esos trapos de pasado que difícilmente se pueden ocultar. El tipo que se ha marchado de La vuelta al mundo, el que cometió un doble y frío parricidio cuando era menor de edad, parece sentirse tranquilo con haber saldado sus cuentas con la sociedad y la Justicia. Está tan relajado, con un sistema judicial que ha sido permisivo y comprensivo hasta la náusea, que se siente con ganas de ser el protagonista de un programa de televisión. El concursante, que culpa de "indeseables" a los demás, ocultó el 'detalle' hasta que los de Antena 3, avisados, le pidieron que se volviera con su novia. Si había un fin de la Historia para el reality en España, una culminación a su vertiente repugnante, el suizo lo ha tocado con los dedos.

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