Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Navidad: ¿el turrón es una 'turra' enorme?

¿Dulce Navidad? Ya es hiperglucémica. Y sin embargo, puede ser también más amarga que la hiel

No sé si como muchos vienen repitiendo estos días la Navidad está depauperada, devaluada, desvirtuada, distorsionada, o si ha sido engullida, procesada y regurgitada como un subproducto colonial por un Ente Superior (por ejemplo Google, monstruo al que de un tiempo a esta parte se le echa hasta la culpa de la muerte de Manolete, como si Islero hubiera sido su fatal algoritmo). Lo que sí tengo claro, pero no de ahora, sino desde hace mucho, es que es un coñazo. Aquí y en Fernando Poo. Y tengo la impresión -y en bastantes casos hasta la certeza, porque lo he constatado- de que muchos piensan lo mismo. Es probable que en esto radique parte de ese deterioro, no sé: en ese antinavidismo -por llamarlo de algún modo- que se nos ha ido metiendo en el cuerpo y que, de verdad, intentamos superar un año y otro, callándonoslo en un alarde de corrección política y buena voluntad -se hace lo que sea con tal de ser uno de esos hombres que tendrán la paz en la tierra-, porque la Navidad es una fiesta entrañable, familiar a más no poder, pletórica de afecto, propicia para el reencuentro y rebosante de un amor expansivo. La dulce Navidad… ¿Dulce? Es ya mucho más, es empalagosa, es hiperglucémica, te puede dejar tan pegajoso como un algodón de feria. Aunque si lo pensamos detenidamente, es también muy amarga, más que la hiel. No tiene término medio: te empacha con una saciedad mareante o hace que sientas los vacíos -esos que hace mucho tiempo no se pueden colmar- como si fueras un desnutrido ya de por vida, para siempre. Sí, a cada Navidad que cumples te vas haciendo más esquelético aunque tus michelines se redondeen con la grasa y el alcohol de las comilonas obligadas. Tu ánimo navideño es raquítico y por eso toda esa acumulación, toda esa sobreabundancia, te parece precisamente eso: una turra enorme ¿Y también una tomadura de pelo? Algo de eso hay. No eres el Grinch -desde luego no vas a amargarle la cuchipanda a nadie- pero tampoco eres George Bailey. No va a aparecer ningún ángel, dalo por hecho. Los niños multiplican por diez su tontuna del resto del año y los adultos se dividen entre los que reivindican que son días para "regresar a la infancia" -a algunos plastas hay que recomendarles que intenten lo de Bailey en el puente, a sabiendas de que el ángel no se les va a aparecer; lo sé, es demoníaco- y los que convierten la cena del reencuentro, con parientes llegados de todas las latitudes, en un congreso del Partido Comunista Chino. Y por eso hay cada vez más disidentes que no llegan al champán.

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