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Luis Sánchez-Moliní

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Navidades en Cuba

Las cubanas de Yoani Sánchez son las portadoras de la llama sagrada entre los encajes de su ropa interior

Yoani Sánchez, en una imagen de 2008.

Yoani Sánchez, en una imagen de 2008. / DS

TODO invierno tiene su cuento de Navidad y el del actual es, sin duda, Navidades en rojo, un relato autobiográfico que la disidente cubana Yoani Sánchez ha publicado en la revista Letras Libres. El texto nos muestra el empeño de una vieja y gruñona emigrante gallega de mantener encendida la llama del misterio y la religión en una isla comida por la miseria moral y material. Sus nietas, unas niñas algo gamberras de apenas nueve años, pese a tener unos padres furibundamente ateos, serán las necesarias colaboradoras, las receptoras de una buena nueva que se musitará entre el estruendo de la megafonía comunista. “La misma gallega, aplatanada ya a la Isla, nos contaba a escondidas sobre un niño nacido entre el heno y el mugido de las cabras. Narraba la historia de Jesús en voz muy baja”. Acostumbrados a nuestra religión callejera, mainstream y cornetera, conmueve esta estampa de catacumba, intimidad y resistencia cultural. Yoani Sánchez recuerda cómo las cubanas de su infancia escondían en sus sostenes cruces y vírgenes, sus cálidos pechos como sagrarios en unos momentos en que “mostrar la mínima fe en Él se convirtió en una de las vías más expeditas para meterse en problemas”. Las cubanas de Yoani Sánchez no son esas jineteras hipersexualizadas que nos ha transmitido subliminalmente la publicidad de las multinacionales del turismo (con la colaboración del castrismo), sino las portadoras de la llama sagrada entre los encajes y los pliegues más íntimos de su ropa interior.

Hay un momento del relato que es especialmente emocionante, cuando la filóloga y periodista caribeña cuenta cómo su abuela, el día de Navidad, se demoraba un poco más en el baño y, al final, a través de las persianas, podían escucharle un breve “amén”. La Navidad, pese a que se han empeñado en convertirla en un momento odioso de consumo y exceso, no deja de ser uno de los instantes más dulces del cristianismo gracias a esa hermosa narración del Niño Dios nacido en un establo. Lo que para algunos marisabidillos es sólo un cuento para lerdos inventado por siniestros popes (“La religión es opio del pueblo y explotación infantil”, escribía ayer en un medio de progreso una escritora de aún más progreso) para nosotros es uno de los escasos momentos en los que permitimos que aflore esa inocencia párvula que, por mucho que hayamos visto o vivido, nunca terminaremos de perder. De ahí la lección final de Yoani Sánchez: “Algo del polvo dorado que saltó al quebrarse el vidrio quedó sobrevolando sobre nuestras vidas. Nos hizo recelosas, pero no de la credulidad sino del escepticismo, suspicaces de las máscaras del materialismo más que de las poses del dogma religioso. Nos convirtió en seres desconfiados de ese carnet rojo que obligaba a esconder la cruz cerca del seno, taparla con el fieltro negro del miedo”.

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