DIRECTO El resultado sobre la consulta de la Feria de Sevilla en directo

DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Antonio brea

Historiador

Entre Nazario y Mercedes

Tan homofóbico como el franquismo fue cualquiera de los sistemas liberales o comunistas de su época

La primera vez que fui consciente de mi rechazo a la homofobia se remonta a mis tiempos de novel estudiante de Bachillerato. Una tarde, a mi grupo le tocaba la hora de educación física en el patio y estando allí pude observar cómo algunos chavales de otros cursos se burlaban cruelmente, a través de las ventanas que permitían vislumbrar el gimnasio, del andrógino aspecto de un amigo de la infancia, que se ejercitaba siguiendo instrucciones de la profesora de su clase.

Los comentaristas habituados a la distorsión del pasado atribuyen a Franco responsabilidad casi exclusiva en este tipo de situaciones, pero lo cierto es que la escena a la que hago alusión tuvo lugar bajo el primer Gobierno de Felipe González, y que tan homofóbico como el régimen franquista fue cualquiera de los sistemas liberales o comunistas de su época. No eran precisamente grises los policías que en el verano de 1969 molestaban con frecuencia a los clientes del neoyorquino pub Stonewall, lo que dio origen a la revuelta callejera que hoy celebran anualmente, como motivo de orgullo, millones de personas en todo el mundo.

Afortunadamente para ellos, los jóvenes de nuestros días no son víctimas de las presiones a las que aún se vio sometida mi generación. Sin salir de los muros del instituto, recuerdo cómo aquellos chicos dotados de inquietudes artísticas, un carácter más sensible o una menor rudeza en los ademanes, se veían forzados a la exhibición de una masculinidad sobreactuada, si no querían pasar por vecinos de la acera equivocada de la vida. Y cómo compañeras que en cuanto alcanzaron la edad adulta se revelaron como lesbianas sin complejos, trataban de dar la espalda a sus inclinaciones, a través de enamoramientos fingidos o imaginados de índole heterosexual.

Todos estos fantasmas me asaltan a raíz de la visita que realicé, hace un par de semanas, a la muestra que hasta fines de febrero dedica el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo al transgresor Nazario. Una experiencia que afronté acompañado por mi buena amiga Mercedes Conradi, asesora técnica de la institución y persona alejada en sus planteamientos éticos y estéticos del universo que recrea la obra del artista de Castilleja del Campo.

Cuentan que en Morón de la Frontera, el hasta entonces anónimo maestro se inició en la bohemia a través de su actividad como guitarrista flamenco, antes de centrarse en las artes plásticas y emigrar a Barcelona, para convertirse en figura clave de la contracultura gay de la Ciudad Condal en la Transición.

Fue Nazario un pionero en la salida del armario de un colectivo secularmente humillado que hoy disfruta en países como España, y debido a un movimiento histórico pendular, de un favor sin precedentes por parte de los más poderosos círculos políticos, mediáticos y económicos.

Ajeno a semejantes bandazos, no tengo reparo en confesar mi creencia en la idoneidad de la familia natural, compatible con el necesario reconocimiento hacia aquellos que han sido maltratados por practicar otras formas de afecto.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios