NO hace mucho, en una entrevista con el compañero Fran Pereira, José Mercé dijo estas sabias palabras: "Lo que me preocupa realmente es que veo poca solución para el futuro porque no se respeta la base ni la raíz, hoy día se empieza a fusionar sin tener una base completa. El mismo Juan (El Lebrijano) fue una persona atrevida, como lo fui yo en su momento, pero para arriesgar hace falta tener una base sólida. Siempre digo que para hacer otra cosa hay que saber primero el Catón, y algunos no lo saben".
Las sensatas palabras de Mercé me recordaron las venenosas que, recordando la temporada que pasó en Sevilla entre 1919 y 1920, le dedicó Borges a los jóvenes y entusiastas poetas vanguardistas sevillanos de la revista Grecia de Isaac del Vando y Adriano del Valle: "Este grupo, cuyos miembros se llamaban a sí mismos ultraístas, se había propuesto renovar la literatura, una rama de las artes de la cual nada sabían".
Desde que en la segunda mitad del siglo XX las audacias de las vanguardias históricas, que tanto innovaron y arriesgaron en los primeros 30 años del siglo XX, se convirtieron en estrategia de mercado, las palabras vanguardia y transgresión perdieron su verdadero significado para encubrir en muchísimos casos el crudo negocio, la engañifa hábil y la ostentación del arte del poder. Marchantes astutos, artistas listos, críticos serviles y administraciones públicas convertidas en mecenas crearon un entramado de miles de millones en el que la falsificación circuló y circula con comodidad ante un público amordazado cuyo juicio se ha secuestrado. Prohibido opinar manifestando disconformidad porque ello supone el exilio de la cultura entendida como distinción y ser considerado un bruto reaccionario como los que pitaron a Stravinski o se rieron de Picasso. ¡Pero si La consagración de la primavera es de 1913 y La señoritas de Avignon de 1907! ¡Pero si Duchamp expuso el urinario en 1917! Pues todavía hay muchos que, un siglo después, viven tan ricamente haciéndose pasar por vanguardistas y provocativos repitiendo -con dineros públicos- estos gestos centenarios. Toreo de salón de quienes nunca se han puesto ante los toros que embistieron a quienes sí abrieron caminos asumiendo riesgos. El Bateau Lavoir parisino de Max Jacob, Picasso o Juan Gris era un sórdido caserón, gélido en invierno y sofocante en verano, que carecía de agua corriente y tenía un retrete común.
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