El poliedro

José Ignacio Rufino

Negociar y no sólo obedecer

La 'Europa de las Decisiones' aplaza hasta el mes de mayo su visto bueno a la flexibilidad en nuestro déficit.

LA tecnología de la comunicación y las finanzas sin ataduras no han hecho un mundo más igual e integrado, sino al contrario. Vaya chasco. Una de las grandes utopías de la globalización era la mejor distribución de la riqueza. La segunda era la consecución de una mejor y más justa interdependencia entre los países. Las dos han resultado ser falacias. La primera, porque la brecha de riqueza no para de aumentar, por mucho que los llamados emergentes -sobre quienes se proyectan ahora las sombras de la tormenta que no cesa- hayan compensado bastante la polarización en la renta per cápita mundial. Pero no han compensado lo suficiente. Las diferencias de riqueza entre las personas de los países más ricos, los de la OCDE, son las mayores desde hace 30 años. La segunda falacia -que la globalización propiciaría un lennoniano mundo más unido- es flagrante. El mundo diverge, no reduce su nivel de conflicto tácito ni armado, y los países no han ganado en integración, sino que han perdido en soberanía nacional en muchos casos. El traspaso de poder de la política hacia los inversores se fraguó en la negligente dolce vita del aparente crecimiento ilimitado… y se mantuvo y mostró su cara más depredadora cuando llegó la hora de desinflar el globo acelerada y traumáticamente. Si cerramos el foco hacia la piel de toro -incluidos los irmaos portugueses-, la distribución de la riqueza se ha deteriorado en mucha mayor medida que en los países de nuestro entorno. Y no digamos cómo ha degenerado nuestra soberanía, debilitada y cedida con mansa resignación.

En España, el 21% de los hogares están por debajo del llamado umbral de pobreza. Uno de cada cinco hogares era ya pobre o, alternativamente, ha descendido desde la segunda división de la clase media a la leñera liga de regional, que cada vez tiene más participantes azotados por el despido, la caída de salarios que no cesa y las torvas deudas familiares. Cada vez más nativos españoles piden ayuda a Cáritas. El gran problema de sostenibilidad de este país lo protagonizan las cargas sociales de quienes no tienen casi nada, o bien se buscan la vida en el mercado sin nóminas ni facturas. La economía sumergida no criminal tiene dos caras: la de salvavidas y la de agujero de los ingresos públicos. En cualquier caso, la divergencia extrema entre ricos y pobres no conviene ni a los ricos. Las reducciones de salario a mansalva que se avecinan pueden ser la ocasión de corregir en parte esta tendencia perversa. Apuesto a que no será así, salvo que el Gobierno fuerce a la baja los excesos salariales de los más afortunados de la distribución de nuestra renta per cápita. Si ha forzado de manera "extremadamente agresiva" las reglas del mercado laboral, puede también intervenir ahí. Debe.

Y la soberanía. Esta semana, Guindos se ha pateado la Europa donde residen las decisiones de nuestro futuro. El euro fue maravilloso, pero ahora muestra su cara amarga. Cedimos jubilosos la política monetaria, y hemos ido cediendo política fiscal al ritmo de hachazos implacables de unos mercados que, en parte, tenían miedo y razón y, en otra, aprovechaban la debilidad presupuestaria y los niveles de deuda de países como el nuestro. La otra brecha -la brecha de riqueza entre países- se sustancia en la llamada prima de riesgo, que superó el 3% para no bajar no sabemos hasta cuándo, quizá nunca. ¿Eres rico? No pagas más por tu crédito. ¿Eres pobre y endeudado? Pagas más forever. El Gobierno español pide oxígeno, pide tiempo, pide comprensión, pide reconocimiento a la obediencia escrupulosa que ha mostrado con la UE en recortes y reformas. Por diligencia no será. Sin embargo, no nos pasarán la bomba de oxígeno de la flexibilidad con el déficit hasta mayo, como pronto. A pesar de hacer los deberes rápidamente, el dragón de la austeridad no se fía, y pide más sacrificios. Antes y después de obedecer, negociar.

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