Visto y oído

Francisco / Andrés / Gallardo

Nico

AUNQUE Chocovic se empeñe en algunas ocasiones en demostrar lo contrario, el tenis siempre se ha considerado un deporte "de caballeros". Una disciplina nacida en jardines de palacios medievales que sigue ostentando muchos de sus ritos clasistas y elitistas, aunque haya jugadores que se empeñen en ir vestidos de discoteca poligonera y el bíceps haya sustituido a los tendones de la muñeca.

Nos remontamos a la prehistoria televisiva si hablamos de Juan José Castillo, con su pinta de gastrónomo adusto barcelonés, que en su compostura narrativa se descocaba cuando alzaba la voz y decía "entró, entró", cuando las figuras nacionales eran Santana o Higueras y Orantes.

Le vino a relevar durante un tiempo el siempre versátil Matías Prats jr., el comentarista más olímpico, que encontró su trono en la sillas de los informativos. Y recientemente, en las cabinas con el logotipo de TVE, había llegado un digno heredero de los narradores sobrios y técnicos con el ex tenista Tomás Carbonell. Un nombre al que respetan todos esos aficionados que siguieron durante tantos años las calurosas retransmisiones de sets y redes cuando Nadal no había nacido y alcanzar unos cuartos en Roland Garros ya era un momento de epopeya.

Los tiempos cambian y según en qué manos se rescaten las cosas, los hábitos se reconfiguran. Nico Abad, uno de esos todoterrenos de Cuatro, ha afianzado el espíritu manolo-futbolero en las retransmisiones de tenis. Como si tuviera un cubata en el filo de la mesa, Abad narra las evoluciones de Nadal como un amigo que se le va el corazón por la boca y los adjetivos garganta abajo. Santana y Gimeno, aquellos maestros cuyos movimientos eran contados por Castillo, deben flipar con Nico. Pero es marca de la casa. En Mediaset deben de estar muy contentos.

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