La ciudad y los días

carlos / colón

De Niza a Turquía

EL jueves nos acostamos tarde siguiendo las noticias del atentado de Niza y el viernes, las del fracasado golpe de Estado en Turquía. Tras ambos hechos, lo mismo: la permanente inestabilidad de los países islámicos, su casi total incompatibilidad con la democracia (dramáticamente manifestada en el fracaso de las llamadas primaveras árabes) y los ataques del islamismo radical ante los que Europa parece tener que resignarse. En el caso de Niza les decía ayer que cuando ataca a Europa en Francia el islamismo parece escoger con más cuidado sus objetivos para dejar claro que su enemigo son los valores y formas de vida occidentales: colegios y tiendas judías, la redacción de Charlie Hebdo, el teatro Bataclan, los cafés de París y el Paseo de los Ingleses de Niza. Este último atentando, además, perpetrado el 14 de julio contra todo lo que simboliza.

La Revolución Francesa, también origen del terror político y los totalitarismos modernos, representa el alto precio que las sociedades occidentales han pagado para acceder al bien siempre frágil (recuerden la Europa de entre 1914 y 1945) de las libertades democráticas modernas. Precio también pagado por la Iglesia para, en parte por evolución interna pero sobre todo a palos, renunciar a sus pretensiones teocráticas o de dominio político y social. El Islam, que carece del principio unificador católico y no ha atravesado las etapas humanistas, ilustradas y liberales (o que cuando lo ha intentado y lo intenta, y ello desde los tiempos de Averroes hasta hoy ha sido aplastado por los fundamentalistas, llámense almohades, Jomeini o Daesh), representa en el siglo XXI un peligro del siglo VIII. Difícilmente podía pensarse que en 2016 intentarían repetir sus hazañas del 711 o de 1529.

Si el fracasado golpe de Estado hubiera desembocado en una guerra civil turca, al frente norteafricano (Siria, Iraq, Afganistán, Libia, Yemen y el Sahel), al frente africano (Somalia, Nigeria, Mali, el Cuerno de África), a la inestabilidad de los colosos árabes (Egipto, Argelia) y al frente europeo (el más peligroso, el de los infiltrados), se habría sumado el caos en las puertas de Europa con la desestabilización del gigante turco, pieza clave de la OTAN con aspiraciones de integrarse en la UE. ¿Enemigo a las puertas? Sí. Pero también dentro. Una situación más grave de lo que los políticos europeos reconocen, ya sea por prudencia o por ceguera.

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