Recontando las pérdidas sufridas a cuenta del confinamiento, la pandemia y su puñetera madre, la Velá figuró desde el primer día en un lugar destacado. Empezaron a caer eventos en cascada y la gran fiesta trianera no podía librarse, pero en llegando los días señalaítos, un sentimiento de nostalgia nos inunda. Ni banderitas en el puente, ni sardinas asadas en Betis, ni avellanas verdes, ni cantes y cantos en el Altozano, ni cucaña y ni concursos de toda laya que lustraban el programa de actos de la Velá. Estamos en la semana grande del arrabal y guarda, qué tristeza da siempre la ausencia, pero es que quitarle a Triana la Velá es como una amputación traumática. Y ya se sabe que una amputación conlleva un postoperatorio complicado, conque vamos a ver cómo nos venimos arriba y corremos un tupido velo por este bisiesto cabrón que tanto nos está robando.
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