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LOS ciudadanos de Estados Unidos decidirán durante la jornada de hoy, a través de un colegio electoral de 538 delegados elegidos en todos los estados miembros, quién será el presidente de la nación para los próximos cuatro años. Aunque las encuestas sin excepción dan favorito al demócrata Barack Obama frente al republicano John McCain, las sorpresas acaecidas en otros comicios y la singularidad del propio Obama -que sería el primer presidente negro de la historia de EEUU- impiden asegurar nada hasta que concluya el escrutinio, en la madrugada de mañana. Sea quien fuere el elegido, lo indudable es que deberá abrir una nueva era en el gran país norteamericano que, como primera potencia mundial, pondrá también un sello distinto a la escena internacional. El legado del actual presidente, George W. Bush, ha sido definitivamente negativo. Aparte de que su primera elección, en 2000, tuvo que ser refrendada por el Tribunal Supremo a causa de las irregularidades en el recuento electoral en algunos estados, Bush optó, bajo el trauma brutal de la aparición del terrorismo de raíz islamista, por un intervencionismo unilateral que condujo a la aventura guerra de Iraq, una legislación antiterrorista de dudosa legitimidad y unas prácticas de detención ilegal y torturas rechazadas de hecho por numerosos aliados tradicionales de Washington. Todo ello, aderezado por la hegemonía en la conducción política de los sectores más integristas del pensamiento neoconservador, ha provocado un abismo en las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. El final de su mandato ha coincidido, además, con el estallido de la crisis financiera, cuyo origen hay que buscarlo también en una política de liberalismo extremo, con mercados desregulados y euforia especulativa, que ha repercutido en toda la economía internacional a causa de la globalización irreversible. Incluso para el republicano McCain ha sido un hándicap pertenecer al mismo partido que el presidente cesante. Triunfe él mismo o triunfe Obama, Estados Unidos habrá de redefinir su papel en la vida internacional y establecer un tipo distinto de relaciones que le permita ofrecer al mundo todo lo positivo, que es mucho, de su condición de primera potencia.

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