Recuerdo como una estampa sobrecogedora lo que un día de otoño del 95 vi desde la ventanilla del avión que me llevaba Dios sabe a dónde. Al poco de despegar, miré y vi una mancha serpenteante marrón que partía de la presa de Alcalá del Río, río arriba. Era el Guadalquivir real, no el que se convierte en ría hasta la desembocadura en Sanlúcar de Barrameda. La sequía era pertinaz, que es el calificativo más usado al efecto, por lo que aquello era una mancha barrosa, nada que ver con la que se veía aguas abajo de Alcalá. La presa era la raya entre la realidad de un río seco y lo que había desde ese dique hasta el mar. Por entonces se habían pescado langostinos junto a la presa, señal inequívoca de que el Betis vivo era por el agua salada que metía la pleamar hasta que se contenía en dicha presa. Pues a ver si el aguacero de ayer es sólo el principio de un tiempo mejor.