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La tribuna

Rafael Caparrós

Nuevas expectativas europeas

EL próximo 2 de octubre tendrá lugar en Irlanda el referéndum sobre el Tratado de Lisboa. Como es sabido, ese texto del Tratado de la Unión Europea (TUE) fue rechazado en junio de 2008 por una mayoría del 53,4% de votos negativos de los irlandeses, frente al 46,6% de votos afirmativos. Y ese no del único país de los Veintisiete que ha sometido el Tratado a consulta popular sumió a la UE en una gravísima crisis política e institucional, de la que apenas ahora, más de un año después, parece poder empezar a recuperarse.

Según el primer ministro irlandés, Brian Cowen, las garantías legales ofrecidas por la Unión Europea para salvaguardar sus intereses nacionales -sus socios comunitarios aceptaron las exigencias irlandesas de que el Tratado no afectara a su neutralidad militar, ni a su legislación sobre el aborto, así como el compromiso de que las cuestiones fiscales seguirían sometiéndose a la regla de la unanimidad- posibilitaron la convocatoria de esta nueva consulta. Cuyo resultado más previsible es la aprobación mayoritaria, toda vez que los efectos demoledores de la crisis económica y el efecto-demostración del derrumbamiento económico de Islandia, que, pese a formar parte del Espacio Económico Europeo (EEE), ahora pretende incorporarse a toda prisa a la UE, habrían hecho recapacitar a los electores irlandeses acerca de la conveniencia de contar con los importantes rendimientos económico-institucionales de la Unión Económica y Monetaria europea. Desde la solidez del euro, frente a la evaporación de la corona islandesa y la bancarrota de su economía en 2008 -un caso semejante, aunque ciertamente menos grave, es el de la devaluación de libra esterlina y la debacle económica británica-, a las economías de escala y las sinergias exigidas por la globalización, o a las prestaciones compensatorias de los fondos estructurales de la UE.

Por otra parte, el reciente pronunciamiento del Tribunal Constitucional alemán a favor de la firma del Tratado de Lisboa -aunque contenga inquietantes cautelas nacionalistas respecto a la posibilidad de ulteriores avances en la integración europea, toda vez que exige para ello nada menos que la reforma de la Constitución alemana-, permite augurar su próxima entrada en vigor en 2010, una vez que lo hayan suscrito asimismo los presidentes de la República Checa y Polonia.

Tras ese tortuoso proceso, la entrada en vigor del Tratado de Lisboa abre nuevas e interesantes expectativas político-institucionales para Europa. De todas ellas, dos pueden resultar particularmente trascendentes. La primera, la ampliación de la UE, por afectar a países cuya integración plantea delicados problemas políticos. Es de manera especial el caso de Turquía, pero también el de determinados países de Europa oriental, como Croacia, Macedonia, Moldavia, o el de la propia Islandia, aunque por razones diferentes en cada caso.

La segunda es la entrada en funcionamiento de las nuevas instituciones comunitarias previstas en el Tratado. La Presidencia del Consejo es la que puede ofrecer mayores rendimientos políticos. Se trata de una institución delineada y propuesta por Giscard d'Estaing a finales de los noventa, cuyo significado simbólico vendría a ser equivalente al de una Presidencia de Europa. Para ese trascendental papel político, Sarkozy ha propuesto ya la candidatura de Felipe González, un político de fuste y un europeísta convencido. En una Europa tan átona y tan carente de auténtico liderazgo político como la actual, es evidente que ésa sería la mejor candidatura posible, siquiera fuera por compensar un tanto el sesgo apático y conservador de la UE actual, personificado por Durao Barroso, el presidente de la Comisión. Pero parece dudoso que un excelente conocedor de la penosa realidad europea actual como González acepte cambiar su cómodo y bien remunerado status actual de asesor del multimillonario mexicano Carlos Slim y miembro destacado de varios think tanks sobre la globalización y el futuro europeo, por ese tan previsiblemente ingrato y arriesgado rol de primer presidente de Europa.

Su aceptación, no obstante, sería una magnífica noticia para Europa, porque es desesperadamente urgente que la UE profundice en su propia integración política para afrontar los retos de la globalización y la crisis. Como ha dicho Joaquín Almunia, "si la Unión Europea no deja atrás los reflejos nacionalistas y apuesta por ir más allá en el proceso de integración, el continente corre el riesgo de convertirse en un punto del mapa por el que no pase el tráfico y de ser sobrepasado por países emergentes como China o India. Si la UE no refuerza su capacidad de decisión en aspectos estratégicos ligados al crecimiento, puede quedarse al margen en el reparto del nuevo orden mundial. Puede que Europa se convierta en un lugar para visitar monumentos, museos o para recibir talasoterapia. ¿Es eso lo que queremos?".

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