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las dos orillas

José Joaquín León

Obama acaba con Osama

HAY noticias tan esperadas que no suceden nunca. Y a fuerza de esperar, las damos por imposibles; y llega después un día, cuando ocurren, que nos parecen increíbles, a pesar de que fueron de lo más previsibles. Una de esas es la muerte de Osama ben Laden. Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando los atentados más salvajes y sanguinarios de la historia en EEUU, fue declarado enemigo público número 1 del país más poderoso del mundo. Estaba clarísimo que el objetivo no era capturarlo vivo o muerto, sino matarlo sin mayores miramientos. Bush parecía como loco por acabar con él (algunos piensan que parecía como loco en general). Pero quien ha matado a Osama ha sido Obama, precisamente, una década después.

Son bien conocidas las fantasías que han corrido sobre Ben Laden en estos diez años de búsqueda. Unos lo daban por vivo y activo, mientras otros lo daban por muerto natural. No parecía creíble que un individuo tan buscado por EEUU, que tiene los mejores sistemas de espionaje, se pudiera ocultar y escabullirse durante tantos años en algún lugar situado entre Afganistán y Pakistán. Pues se sabía que estaba en uno de esos dos países, donde los talibanes controlan zonas del territorio. Osama ben Laden no podía estar nada más que por allí, no iba a estar esquiando en los Alpes o bañándose en una cala de Ibiza. Así que encontrarlo no parecía tan difícil, pero con el tiempo ya se veía como misión imposible.

Ben Laden se había convertido en una fantasía, en una leyenda. Y eso es lo peor. Matar a una fantasía, a una leyenda, no es tan fácil. Ya no depende de la vida del individuo, sino de la imaginación colectiva. Entre los fundamentalistas islámicos, se convirtió Ben Laden en un ídolo. A eso contribuyó no sólo la guerra global que declaró a todos los que no comparten sus ideas, sino su habilidad para escabullirse, sin que dieran con él. Hasta que han dado y se lo han cargado. Pero la leyenda ya está arraigada. Y los descerebrados que lo idolatraban siguen ahí.

Ha advertido el Vaticano que un cristiano no se debe alegrar de la muerte de nadie. Si un buen cristiano no se debería alegrar, un buen demócrata tampoco, porque acciones como esa han sido definidas en otros casos como crimen de Estado. Teniendo en cuenta que la orden la dio un demócrata progresista como Obama, estará mejor visto que si la hubiera dado un republicano reaccionario como Bush. El resultado es el mismo: en EEUU están festejándolo como un gran éxito. Sin embargo, no parece que Al Qaeda dependiera de que Ben Laden estuviera vivo o muerto. En cuyo caso, esto sólo sirve para darle un toque justiciero del Oeste a la película del terrorismo fundamentalista, que no ha acabado todavía.

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