Obama se enfrenta de nuevo a un conflicto racial

NO deja de ser paradójico que una de las últimas crisis internas que va a tener que enfrentar Barack Obama, el primer presidente de EEUU con sangre negra, sea precisamente un conflicto racial provocado por la brutalidad policial contra miembros de la comunidad afroamericana. El asesinato ayer en Dallas de cinco policías como forma de protesta contra la muerte de dos ciudadanos negros en los últimos días no tiene ninguna justificación, como se apresuró a afirmar ayer el propio Obama, quien inicia esta noche en Sevilla una visita a España. Sin embargo, es cierto que el suceso enfrenta al presidente de EEUU ante dos graves problemas que aún siguen muy latentes en su país y que él no ha podido resolver: el continuo malestar de la comunidad negra, y el libre y fácil acceso de los ciudadanos en general a un tipo de armamento que en zonas como Europa está sólo reservado al Ejército y unidades especiales de las fuerzas de seguridad del Estado.

EEUU, un país forjado por inmigrantes, ha hecho un enorme esfuerzo de integración racial en las últimas décadas, como prueba el que el padre de su actual presidente fuese un negro natural de Kenia. En Europa, incluso, nos parecen ridículas algunas actitudes adoptadas en sus universidades y administraciones públicas, donde lo "políticamente correcto" ha elevado casi a sagrada la condición multicultural. Muchos analistas destacan que, hoy por hoy, EEUU es una sociedad multirracial en la que conviven con razonable armonía personas de origen europeo, árabe, asiático, latinoamericano, africano, etcétera. Sin embargo, la comunidad negra, pese a ser la minoría más amplia y con siglos de presencia en el territorio desde que llegaron los primeros esclavos, sigue padeciendo unos altos índices de pobreza que se traducen en marginalidad y delincuencia. El pecado original de la esclavitud, aún no superado y que lo enturbia todo, así como el círculo vicioso racismo-marginación-falta de formación-pobreza-indolencia-delincuencia-violencia produce los periódicos estallidos de conflictividad racial a los que ya estamos acostumbrados. Ante problemas así, pocos atajos hay y su solución apela al esfuerzo y la buena voluntad de varias generaciones de norteamericanos.

Sobre el problema de las armas, justo es decir que Obama ha hecho todo lo posible por denunciarlo y ponerle solución. Pero estamos hablando de un derecho recogido en la Constitución cuya supresión requiere poner en marcha un complejo mecanismo de reforma que, además, exige una mayoría muy cualificada. Si somos sinceros, la sociedad norteamericana aún no ha decidido poner fin al problema.

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