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El poliedro

José Ignacio Rufino / Economia@grupojoly.com

Obama mete miedo en Wall Street

La crisis debe implicar como contrapartida la vuelta a ciertos valores sociales, antes arrinconados

MIENTRAS aquí las campanas tocan a rebato por la necesaria reducción del gasto público, en Estados Unidos Obama no ceja en su empeño de reformar el sistema económico o, mejor dicho, el financiero. Puro protestantismo encarnado en piel negra: la lacra que el presidente americano pretende erradicar de los usos del complejo entramado de la venta de humo y de los pelotazos galácticos de unos pocos -no tan pocos- es lo que ellos llaman greed (codicia). Un vicio tan humano como nocivo para la colectividad, la codicia. La hermana destructiva de la prosperidad. Los valores y los defectos humanos que reconocemos nacen en su práctica totalidad en Grecia, qué gran paradoja (palabra de origen griego, por cierto): codicia, traición, vicio; y también virtud, heroísmo, decencia, dignidad, solidaridad ¿Recuerdan la frase?: "La codicia es buena". La pronunciaba un Michael Douglas que encarnaba al tiburonazo Gekko en la película Wall Street (Oliver Stone, 1987, ¡que la repongan!). Combinen en un buscador de internet "Wall Street" y "Greed" y hallarán jugosas noticias y opiniones. La meca financiera sita en Nueva York es un lugar de tremendo dinamismo y rapidísimos agentes, de formidables ganancias a tiro de click y, actualmente, un núcleo duro de las reformas necesarias.

Obama fue allí a predicar la regeneración la semana pasada, en un gesto poco ponderado por estas latitudes, saturadas con el rescate heleno, con su contagio y con la voz de los supertacañones del rating. Una de las causas principales de la depresión económica en curso es la descomunal desproporción entre la economía real (la que produce bienes y servicios) y la financiera, que debe servir a la anterior, y no funcionar a su margen metastásicamente, llegando a ser, como llegó hace dos años, más de diez veces superior a la real. Lehman Brothers, Goldman Sachs y otros han hecho enorme sangre en la economía productiva: no sólo son desahogados los griegos. Tras la gesta de la reforma del sistema sanitario público de su país, Obama ha demostrado que es capaz de ser decente a pesar del puesto que ocupa. Wall Street puede ser tan poderoso como la propia Casa Blanca. Y no se tiene noticias de que allí haya algún tonto.

Según se ha hecho público esta semana, los CEO (directores generales) de Wall Street han ganado mucho menos el año pasado que en los anteriores, cosa en principio normal. Pero las 38 mayores compañías del centro financiero neoyorquino han batido el récord de salarios fijos y variables en el deprimido 2009: ésta sí que es una paradoja. ¿Dónde está el truco? En que los máximos ejecutivos, acorralados por la opinión pública y por un Obama que ha advertido que "la arrogancia y la codicia desmedida no será tolerada", han desviado sus ganancias a otros brokers y empleados financieros de menor nivel. Los gekkos que trabajan en la Gran Manzana se saben vigilados con lupa por la prensa y por las propias autoridades estadounidenses, y practican una estrategia de repliegue e invisibilidad. Capean el temporal. Uno o dos millones de euros más o menos al año tampoco los van a sacar de pobres. En Estados Unidos, un gran magnate puede ir a la cárcel por cometer delitos fiscales o económicos en general, nada comparable a lo que sucede por aquí, cabezas de turco aparte. Aquí ha salido gratis -incluso electoralmente- cometer delitos desde los propios cargos políticos. La bronca social no va a tolerar mucho más tiempo esa tecnocracia política que convive con sus corruptos.

Una de los efectos purificadores de la crisis debe ser la reclamación de la vuelta a ciertos valores y a la autoridad firme ante los desmanes públicos y privados. En una sociedad esencialmente privada como la estadounidense, la visita de Obama a Wall Street recuerda a Jesús entrando a latigazos en el templo.

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