TIENE toda la razón Mourinho en su ideario de intenciones cuando dice que lo bonito del fútbol no es jugar sino ganar. La pregunta que siempre nos hemos hecho al respecto es la de que cómo se ha de jugar para ganar. Pues, añadiría yo, utilizando a los jugadores de que se dispone de la mejor manera posible. Y me parece que tanto la pregunta como la respuesta son obviedades, aunque también podría añadirse para que este obvio retablo se enriquezca lo de que jugando bien es más posible la victoria que jugando mal. Y como tras una cereza se vienen varias enredadas, abundemos en qué es jugar bien y qué jugar mal.

Ha dado para mucho el acto de presentación de Mourinho como entrenador del Real Madrid, aunque recordamos que también se formó una buena en la presentación el pasado verano de Pellegrini y no digamos de cómo se acogió el retorno al Bernabéu de Bernd Schuster. Y es que todo lo que rodea al Realísimo forma un barullo considerable y monta una nube que tapa todo lo demás. Por ahí, por el revuelo montado en torno a José Mourinho, alias Mou, puede beneficiarse el equipo nacional para trabajar casi en el anonimato de cara a lo que está por llegar, que es el fútbol de verdad y sin nada que ver con ese batiburrillo desmesurado que es el Realísimo.

Por ejemplo, a la llegada espectacular y de acogida multitudinaria de Mourinho habrá que agradecerle que no haya hecho metástasis todavía ese larvado debate de si Casillas o Valdés. Siempre nos quedará el Realísimo y sus circunstancias para que otras cuestiones funcionen sin interferencias. Lo de Casillas o Valdés hubiese sido la comidilla de cada tertulia con la presión que hubiese conllevado al nido de la selección. Afortunadamente, esa obviedad de que el atractivo del fútbol está en ganar, sólo en eso, ha abierto una especie de paraguas que tapa todo lo demás y que propicia que todo eso pueda funcionar mejor o, al menos, con normalidad.