La recurrente campaña podemita contra Amancio Ortega es un magnífico ejemplo de hasta dónde puede llegar el populismo en su intento de lograr el poder. Ahora que la parroquia flaquea, nada elucubran más efectivo que poner el foco, otra vez, en los millones de Ortega y en su deleznable forma de utilizarlos. Poco importa que los argumentos se cimenten en una gigantesca mentira: acusar al empresario gallego de no pagar impuestos o de no respetar los derechos de sus trabajadores es una estupidez que se desmonta con facilidad. Según se desprende de las propias memorias anuales de Inditex, la multinacional gallega ha pagado desde 2014, y sólo en España, 7.548 millones en impuestos. En el caso de Pontegadea Inversiones, la sociedad patrimonial de Ortega, desde 2014 a 2017 (último ejercicio disponible), se ingresaron otros 3.718 millones, lo que, para alguien que podría tributar en el lugar que le conviniera, no deja de ser una manifestación de compromiso con su tierra. Lo mismo cabe decir de su política de personal: su plantilla, en la que tres de cada cuatro empleados son mujeres, ha recibido, en 2018, como premio a su participación en el crecimiento de beneficios, un 10% del mismo, esto es, unos 7 millones de euros, incrementados en 25 millones más por decisión de la empresa. No constan, por otra parte, conflictos laborales graves.

Si hasta aquí la conducta de Ortega es la exigible, lo que resta en el furibundo ataque de Podemos sólo puede entenderse a partir de prejuicios rancios: como los ricos no pueden ser buenos, sus donaciones a la sanidad pública han de esconder propósitos espurios. Hay que tener el alma muy envenenada de rencor y de envidia para oponerse a una generosidad que salva vidas. Es de una demagogia estomagante el calificar de limosna lo que el multimillonario entrega y el considerarlo, además, algo "inaceptable por cualquier democracia digna". Tal memez únicamente resulta explicable en boca de quien nada sabe de democracia ni de dignidad.

En el fondo, lo que estos sectarios no soportan es la libertad. Les enrabieta que cualquier persona haga con su dinero lo que quiera. Pretenden estatalizar la solidaridad y demonizan sin recato a cuantos escapan de sus tiránicos dictados.

Entre Ortega, que crea riqueza y trabajo, e Iglesias, que galopa a lomos del odio, no hay, creo, color. O, al menos, no lo habría en cualquier país que conservara la sensatez, la objetividad y la cordura.

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