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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Odiando a Piqué

SUCEDE como con el coche o con el vino, que son tan útiles o placenteros como potencialmente letales, y más si se usan juntos y en exceso. La conexión infinita vía ordenador o teléfono móvil no es ajena a perversiones en su uso, y de hecho la mayoría de nosotros consumimos dosis crecientes de trivialidad, que han relegado a un segundísimo plano a conversar en la cena, pasear sin más, rascarse el ombligo en la cama, leer, mirar pasar al mundo cercano desde el autobús, admirar una obra de arte sin el móvil ante los ojos. Como con toda adicción, el placer dará paso inexorable a la perversión e incluso al mal. La trinchera mágica que te da el móvil obra el milagro fatal: tu objetivo está al lado, ahí en la pantalla, pero físicamente estás a océanos de distancia de esa mujer prohibida que te gusta, de ese enemigo íntimo de tu equipo de fútbol, de ese hombre que se fue con otra. No hay pues riesgo de respuesta de viva voz y cuerpo, no debes pasar apuro para ser un repentino seductor con tarifa plana, o un castigador tuitero, siempre de guardia. Aunque en esencia seas un cobarde o un acomplejado.

Hemos asistido en estos días a nuevas dosis de crueldad y estupidez canalizada hasta cualquier bolsillo que contenga un smartphone con batería. Los políticos hacen política de móvil y tuit, saben del impacto de sus verdades y mentiras exprés. Hay alimañas de quinto de Primaria que sienten una ebriedad canalla acosando a sus compañeros menos acorazados y más indefensos, y podríamos apostar a que en un 99% de los casos su tierna felonía les sale gratis, se van de rositas con el daño hecho. O un ridículo minuto de gloria cantándole otra vez las cuarenta a Piqué. Lo de Piqué esta semana ha sido patético: miles de personas se han apresurado a denunciar al superclase catalán -quizá el hombre más valioso de la selección de la última década, junto con Iniesta y algún otro- en Facebook o Twitter. El chasco de la bandera (no) mancillada en la camiseta cortada, ya saben: una metedura de pata de mucho opinador warholiano en busca de un sorbo de gloria. No pocos de los que he leído, todos cayendo en patriótica pasada de frenada, entienden el deporte como otra arena donde hacer de gladiador político de ocasión. Gente que no ve un partido completo hace años: el balompié es para ellos la palangana en la que expeler 140 caracteres o un comment ávido de Me gusta. Sus lugares comunes, su sabiduría de plástico, sus frustraciones, su puritita mala leche. ¿Para cuándo El Día Sin Teléfono Móvil? Fdo.: un adicto.

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