NADA me gustaría tanto como que Paco Chaparro esté en el Betis hasta final de temporada o, mejor aún, hasta que su cuerpo de atleta etíope aguante. Sería la señal inequívoca de que las cosas van bien en el Betis, aunque, claro, sólo fuera en el apartado deportivo. En el otro no basta, no puede bastar, un simple cambio de entrenador para que el Betis, aún Real Betis Balompié, sea lo que quieren todos los béticos, o casi todos, un club acorde con la dinámica vital que nos toca, con su organización de Primera División y sus maneras de Primera, no las que muestra en este tiempo tan desventurado para la causa.

Insisto en que pocas cosas me gustarían más que la perpetuación de Chaparro en el cargo, pero después que antier de mañana mismo aventurase Pepe León que había Cúper para rato, para mucho rato abundaba, ahora hay que tocarse la ropa ante el adelanto de Lopera de que el trianero continuará hasta final de campaña. Ojalá sea así, pero si uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, el mandamás fontalanero es un condenado a cadena perpetua de cuanto dice, no sólo esclavo, sino una especie de reencarnación de Kunta Kinte en versión loperiana. ¿Se inventó acaso el antídoto para mantener en su puesto al entrenador que no gana?

Por ahí se le fue a Cúper el crédito, por no ganar, como a la inmensa mayoría de los entrenadores. Y de eso, desgraciadamente, no está vacunado nadie, ni siquiera Paco Chaparro. La intención me consta que es ésa, la de que no haya más cambios en el banquillo, pero es que dicha intención es la que preside el nombramiento de cualquier entrenador que en el mundo sea o haya sido. Repito que Paco Chaparro debería perpetuarse por el bien del Betis y porque se lo merece tras una larga vida soñando con esto, pero mal empezamos prometiendo utopías, mintiendo una vez más, que ya dijo un filósofo metido a entrenador que prometer en fútbol es de mentirosos.