el periscopio

León / Lasa

Olimpiadas y comida caducada

Los Juegos de Atenas fueron clave en el descalabro posterior de la economía del país

Los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas, de los que los griegos se mostraron tan orgullosos entonces, alimentaron de forma exponencial la deuda publica del país heleno y contribuyeron en no poco al descalabro posterior de aquella economía. Los Juegos costaron más de 10.000 millones de euros, el doble de lo en un principio presupuestado, y años más tarde la mayoría de las sedes siguen infrautilizadas o, sencillamente, cerradas. En aquel entonces, el pueblo griego vivió momentos de euforia sublime cuando algunos de sus atletas, ayudados no solamente por el viento, conquistaron varias medallas. Nada hacía pensar, en aquel tiempo de despilfarro obsceno, que bastarían sólo dos o tres años para que todo el entramado se viniera abajo como un castillo de naipes. "Sic transit.gloria mundi..." que escribiera el clásico. La deriva griega hacia el abismo no ha acabado y son muchas las voces que claman por la salida de los helenos del euro, una posterior devaluación descomunal y una quita importante de la deuda. Ya veremos. Mientras, la vida de los griegos ha ido conociendo sucesivas cotas de empobrecimiento que pocos podían ni siquiera imaginar. La última: permitir la venta de comida caducada, eso sí, dentro de unos límites y condiciones oportunamente regulados por el burócrata de turno en alguna orden de veintitrés folios.

La noticia reza como sigue: "Grecia legaliza la venta de productos caducados en los supermercados" (Expansión, 4 de julio). Y continua reseñando que la nueva fórmula autoriza la venta de productos cuya fecha "fecha de consumo preferente" haya vencido, siempre que se haga en estantes diferentes y a bajo precio. Habría que leer la letra pequeña, los diversos apartados y subapartados que tanto excitan a los muñidores administrativos, pero el titular, en sí, llama la atención. En el mismo supermercado estantes para pudientes y para tiesos/as absolutos; manzanas lustrosas y brillantes y peras arrugadas y con aspecto deleznable; yogures impolutos y otros asomando moho por los bordes. Estoy convencido de que las familias de aquellos que perpetraron las contratas -y sus comisiones- de las obras de los estadios, autovías y estaciones necesarias para celebrar los Juegos del 2004 seguirán sin tener problemas para comprar alimentos no caducados. Por eso cuando estos días he asistido a las declaraciones grandilocuentes de todos aquellos instalados de una forma u otra en la mamandurria olímpica -ellos mismos, sus consortes, hijos, amigos, amantes...- pidiendo para Madrid la sede de 2020, no he podido evitar preguntarme: ¿terminaremos también nosotros teniendo que comprar alimentos caducados? No tenemos remedio.

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