la ciudad y los días

Carlos Colón

Oliva, el del Calvario

SALIÓ en el cortejo de la Virgen de la Presentación antes de nacer. Era una de las pocas cosas de las que presumía este hombre que desconocía la presunción. Su madre acompañó a la que ahora es más que nunca la Virgen de su alma en la procesión extraordinaria del 25 de noviembre de 1928, cuando la Presentación salió sobre el paso macareno de la Virgen del Rosario. Allí estaba él, uno más en el cortejo de hermanos y hermanas del Calvario, antes de nacer. 84 años después allí está esta mañana, ante su Cristo del Calvario, después de morir. Lo sucedido entre esa procesión extraordinaria de 1928 y la misa de cuerpo presente de hoy se resume en ocho letras: Calvario. Una letra por década hasta llenar toda una vida. Así puede resumirse la entera existencia de Antonio de la Oliva Farfán.

Bautizado ante el Calvario. Sobrino del Farfán que talló el paso de su Cristo. Heredero de la túnica de nazareno más antigua de Sevilla -color ala de mosca, larguísimo antifaz- que heredó de su padre y éste había heredado del suyo, túnica que salió de San Ildefonso y de San Gregorio antes de hacerlo de la Magdalena. Hombre estandarte con cara de su cofradía, a la que representaba, sin proponérselo, allí donde estuviera: Oliva, el del Calvario…

Fiscal durante muchísimos años del paso de su Cristo. Tantos que la cara parecía transparentársele bajo el antifaz cuando se le veía -alpargatas, capirote alto, larga cola al brazo- ante el paso de su Cristo; y la túnica parecía envolverle cuando presidía sus traslados al altar de quinario o al paso. Cofrade modesto de una modesta cofradía que se ganó el respeto de Sevilla gracias a una generación -José Luis González, Joaquín Alba, Eduardo Camacho, Joaquín Huelva- de la que él era el último testigo. Por eso tantos le reconocíamos como maestro y memoria viva del Calvario.

Lo de maestro no es gratuito. Docenas de hermanos, y entre ellos dos hermanos mayores, Eduardo Pérez de los Santos e Ignacio Camacho, han salido de pajes con él. Nada le gustaba más, haciéndole brillar los ojos con una mirada divertida y tierna que delataba cuánto corazón había tras tan seria apariencia, que reunir a los acólitos y pajes la mañana del Sábado de Pasión en torno a su Cristo, descendido para su traslado, y rezar con ellos un Padrenuestro. Y en la Madrugada, señor del coro, reunirlos tras los dos pasos encendidos para decirles en palabras, por sinceras sencillas, lo que significa ser del Calvario.

Varias generaciones lo recordarán siempre con cariño y respeto, llorándolo cada vez que oigan "Perdón, Oh Dios mío". Y si alguno no lo hiciera, es que no merece ser hermano del Calvario.

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