¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Olmos de Sevilla

El olmo es un superviviente de la vieja Europa y está firmemente arraigado a la historia de Sevilla

Cada vez que en el paseo nos topamos con un olmo, nos descubrimos con el respeto que merecen los representantes de una vieja Europa que también se puede rastrear en Sevilla, pese a sus coqueteos africanos y americanos. Todo olmo es un superviviente obstinado que ha conseguido sobrevivir a la grafiosis, la siniestra pandemia que en poco menos de cien años colocó al borde de la extinción a este venerable árbol que, antaño, fue el más populoso de Eurasia, a cuya sombra se resguardaron con veneración todos los pueblos que habitaron, cultivaron o saquearon sus llanuras, montañas y ciudades. Muchas fueron las olmedas europeas que sucumbieron a este mal, aquellas que dieron frescor al paseo de novios y ancianos, pero en Sevilla aún se pueden encontrar numerosos y bellos ejemplares con sus troncos oscuros (como negrillos se les nombra en el español más popular), sus ramas desnudas en invierno y sus oquedades que parecen muecas dispuestas para asustar a los niños. El olmo no tiene la sonoridad ni el exotismo americano de la jacaranda o el ombú, la piel de dinosaurio de la ceiba o la espectacularidad de los ficus de Lord Howe, pero sí algo cálido y cercano, a la escala del hombre, como se suele decir. Es un árbol europeo, como europeos lo son la viola da gamba, Fra Angélico o los poemas de su mejor cantor, don Antonio Machado.

El olmo está, asimismo, arraigado a la historia de Sevilla. Durante siglos, el gobierno eclesiástico y municipal de la ciudad se reunía en un edificio ya desaparecido, ubicado en la actual Plaza Virgen de los Reyes, que llevaba por buen nombre el de Corral de los Olmos, quizás, dicen algunos, porque allí se ubicaban algunos ejemplares de esta especie. De aquello, como recuerdo, nos queda la hermosa y delicadamente bizantina Virgen de los Olmos, hoy guardada en la Capilla del Bautismo de la Catedral, apabullada por la Visión de San Antonio de Murillo, y cuya copia también se muestra en la hornacina de la Giralda que mira a Mateos Gago. Alguna vez le hemos comentado a Quique Figueroa la urgente necesidad de crear una cofradía para venerar a esta olvidada imagen de alabastro, dulce y querida patrona de los árboles sevillanos. Salve.

Sobre el Corral de los Olmos han escrito Teodoro Falcón y Francisco Granero-Martín unos libros hoy difíciles de encontrar. No sé si en estos se habla de una idea surgida en nuestra mente novelera que vincula el edificio con los antiguos árboles de junta y concejo -muchos de los cuales eran olmos- a cuya sombra se sentaban a deliberar los vecinos de los siglos pasados sobre los asuntos de sus villas. ¿Es una casualidad que este corral en el que se reunían canónigos y ediles tuviese tal nombre y se situase al lado de la Catedral, como los olmos o robles de gobierno solían estar junto a las parroquias de las aldeas? Quién sabe.

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