La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Oraciones ininterrumpidas

Cada día y a todas horas celebra allí Sevilla su quinario popular con predicación del Señor

Uno de enero. Cinco de la tarde. Plaza de San Lorenzo. Seis personas sentadas en los bancos aguardan la apertura de la Basílica. Cinco y diez. Una señora viene por Cardenal Spínola hablando por el móvil: "Llegando a la plaza… Sí, todavía está cerrada… No, ya me espero aquí… Sí, le rezaré por ti…". Cinco y veinte. A los que aguardan en los bancos se han unido quienes pasean por la plaza haciendo tiempo y un grupito reunido ante la puerta de la Basílica.

Cinco y media. Cuando Miguel abre la puerta hay unas cuarenta personas ante ella. Seis menos veinte. Los cuarenta son sesenta. Unos están sentados contemplando al Señor. Otros pasan a besarle el talón. Siguen entrando devotos. Las velas del altar preparado para el quinario que se iniciará dos horas después están apagadas, pero parecen arder. La luz es tenue, pero el Señor resplandece en su túnica persa. Hay un silencio de respetuoso recogimiento, pero parecen oírse los cánticos, las lecturas y la predicación del quinario. Porque en la Basílica resuena la silenciosa -¡pero tan claramente audible!- palabra de Dios esculpida que es el Señor del Gran Poder; y las actitudes, las miradas, los besos en el talón y las conversaciones que con Él entablan los devotos con palabras o con miradas por las que se les sale el alma son la música callada con que los sevillanos, hoy y todos los días, hacen de cada visita un íntimo y personal culto tan hermoso como el que estos días le dedica su hermandad.

Bien lo entendió Borja Medina, el rector de la Basílica que este año tiene el honor de predicar el quinario que abre el año sevillano poniendo la ciudad en las manos del Señor. Al iniciar la homilía del primer día de quinario se volvió hacia el Gran Poder y, con sevillano conocimiento del suelo que pisaba, dijo que podría guardar silencio para que todos se limitaran a contemplar al Señor porque está escrito que "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Y el Señor -añado- es el más cierto rostro de Dios encarnado que ha creado el arte cristiano. Por eso cada día y a todas horas celebra allí Sevilla su quinario popular con predicación del Señor y cánticos alzados por los ojos y los corazones de sus devotos. Manuel Chaves Nogales lo expresó en 1921 mejor que nadie: "Calor suave de oraciones ininterrumpidas, que unos labios comienzan, otros continúan y ningunos cierran, como una sola y compleja manifestación de piedad".

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