la ciudad y los días

Carlos Colón

De Ortiz Muñoz a Pérez Franco

DECÍA ayer que el pregón de la Semana Santa lo inventaron los cofrades para anunciarse a ellos mismos lo que de sobras saben que va a pasar. Entre otras cosas, añadía, porque ellos son quienes lo crean dando vida a las cofradías que hacen posible la Semana Santa. Tienen, por lo tanto, todo el derecho del mundo a que uno de ellos, nombrado por quienes los representan democráticamente a todos, sea quien les anuncie a ellos y a la ciudad lo que va a celebrarse siete días más tarde gracias a las muchas horas de trabajo desinteresado que dedican a sus hermandades.

De vez en cuando la buena suerte quiere que existan cofrades que además son grandes escritores, caso de Romero Murube. O que los haya entre los devotos y la bulla soberana, es decir entre quienes sienten y viven la Semana Santa sin participar de los trabajos de las juntas de gobierno, caso de Rodríguez Buzón, Javierre, Caro Romero, Burgos o Murciano. A veces incluso nombran a capiroteros, caso de un servidor.

Pero éstos son excepciones, pura cortesía de los cofrades para con quienes no lo son e incluso a veces ni tan siquiera han vestido la túnica de nazareno o navegado por la bulla.

Lo habitual, que además es lo natural, es que uno de ellos, con mayores o menores dotes literarias pero sobrado de recuerdos, emociones y devociones, sea quien anuncie la Semana Santa. Así ha sido desde que se rectificó el error primero de nombrar a famosos foráneos que no sabían una papa de Semana Santa -García Sanchís y Pemán- eligiendo al amargurista Luis Ortiz Muñoz en 1943, hasta el reciente nombramiento del baratillero Ignacio Pérez Franco.

Hay quienes ahora ponen en cuestión este derecho en nombre de la Literatura (así, con mayúscula, aunque quienes lo hagan sean minúsculos). Me parece un abuso. Lo ideal, qué duda cabe, es que coincidan conocimientos y facultades. Y que se eviten los históricos errores de no haber nombrado a quienes habían escrito las mejores poesías dedicadas a la Semana Santa, casos de Laffón, Sierra o Montesinos. Pero Sevilla no es Nueva York y, aunque el Consejo se empeñara, no podría dar con un gran escritor cada año.

Así las cosas está claro y demostrado que en el pregón es más importante el conocimiento emocional y práctico de la Semana Santa que el currículo literario. Aunque nombraran pregonero al mismísimo Marcel Proust, si no ha vivido las hermandades, si no se ha emocionado hasta las lágrimas ante un paso, si no siente una devoción personal hacia alguna imagen, si no guarda memorias de muchas Madrugadas, podrá escribir maravillas sobre el señor de Swann y las magdalenas de la tía Leontine, pero no sobre la Semana Santa.

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