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La esquina

josé / aguilar

Otegi no es un hombre de paz

ARNALDO Otegi ha salido de la cárcel y quiere presentarse como candidato a lehendakari con la independencia vasca como objetivo. Nada que objetar: ha cumplido su condena por intento de reconstrucción de Batasuna (es decir, el brazo político de ETA), como antes cumplió la que le pusieron por secuestrar, en 1979, a un directivo de Michelín, al que encerraron en un zulo cerca de su casa natal -la de Otegi- y sus secuestradores se entretenían haciéndole jugar a la ruleta rusa con una pistola.

De modo que Otegi, sin cuentas pendientes con la Justicia, se dispone a lanzar su candidatura a presidente de todos los vascos, y las vascas, tratando de recuperar para el movimiento separatista abertzale -se llame como se llame ahora- el terreno que le ha arrebatado Podemos y capitalizando su papel en la pacificación del País Vasco y el abandono de la violencia por parte de los etarras.

Este papel es innegable, pero no convierte a Arnaldo Otegi en un hombre de paz, que es como se presenta ahora él mismo y como le glosan sus blanqueadores, desvergonzados o incautos. En primer lugar, porque lo que hizo Otegi por la paz -ya en el siglo XXI, no cuando era militante de ETA p-m y, al disolverse, se pasó a la más sanguinaria ETA militar- fue insignificante comparado con lo que hicieron la sociedad española, la Policía y la Guardia Civil, los jueces y las autoridades francesas. Él ayudó a quitarle cobertura política a los criminales, no a detenerlos y juzgarlos, que es lo que en realidad los derrotó.

En segundo lugar, porque Otegi nunca ha condenado el terrorismo. Quiero decir, nunca lo ha condenado de verdad, denunciando su vileza, cobardía y crueldad. Todo lo más ha expresado su pesar por las víctimas del "conflicto" que ha enfrentado a sus amigos o jefes de ETA con el Estado democrático. La labor final de este tipo para que ETA dejara de actuar nunca se basó en que el tiro en la nuca o la bomba en el cuartel fuesen por sí solas acciones odiosas, sino en que se habían convertido en inútiles. Hubo un momento, en su opinión, en que los atentados dejaron de favorecer al "proceso de liberación de Euskadi". No se separó de la violencia por convicción moral, sino por cálculo político. Por eso no pide perdón por la violencia, practicada o justificada.

Más de ochocientas tumbas repartidas por toda España nos prohíben en conciencia tragar a Otegi como un hombre de paz. Sería tanto como ultrajarlas.

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