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Editorial

El PNV pone a los presos de ETA sobre la mesa

EL PNV ha puesto a los presos de ETA sobre la mesa en la que ya se está negociando, aunque todavía de forma muy tímida, su posible apoyo a la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Según ha dicho el lehendakari, Íñigo Urkullu, el Partido Nacionalista Vasco estaría dispuesto a apoyar al líder del PP si éste flexibiliza la política penitenciaria de acuerdo con la legalidad, accede a reactivar el acercamiento de presos etarras a las cárceles ubicadas en territorio vasco y traspasa las competencias en prisiones a esta comunidad autónoma. También pidió, aunque con la boca más pequeña, medidas para la reactivación económica y el respeto del Ejecutivo central al nuevo Estatuto vasco que se supone que los diputados de esta región desarrollarán en la legislatura que comenzará tras las elecciones autonómicas, que se celebrarán a finales del presente año.

Lo primero que habría que exigir es que la cuestión de los presos de ETA no sea moneda de cambio en ninguna negociación de investidura entre partidos políticos, sean éstos los que sean. El Estado español debe tomar las medidas que crea pertinentes en la lucha antiterrorista, pero siempre con el norte de la desaparición definitiva de ETA y no como una forma de facilitar el camino del poder a nadie ni de colmar las aspiraciones de autogobierno de los nacionalistas vascos. Es cierto que la política penitenciaria del Gobierno del PP ha sido en los últimos tiempos muy restrictiva, ralentizando la llamada Vía Nanclares, aquella que facilitaba el acercamiento al País Vasco y la reinserción de terroristas de ETA después de cumplir un amplio pliego de condiciones: la aceptación de la política penitenciaria, la salida del colectivo de presos, la renuncia pública a ETA y al uso de la violencia, la petición de perdón a las víctimas y el compromiso de repararlas mediante el pago de su responsabilidad civil y la colaboración con la Justicia para luchar contra el terrorismo. Evidentemente, este camino puede volver a potenciarse en cualquier momento, pero no se comprendería que se hiciese sin que antes ETA se disuelva y entregue definitivamente todas las armas.

La política penitenciaria de alejamiento ha sido, pese a quien le pese, una poderosa arma en la lucha contra ETA y no se debe abandonar sin que antes el fantasma del terrorismo independentista vasco haya desaparecido por completo. Hay que exigir la desaparición absoluta de ETA y sólo después, y siempre con el máximo respeto a las víctimas, preocuparse por el futuro de unos terroristas que sembraron España de terror y dolor.

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