La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Paciencia finita con los taxistas

A la falta de calidad y esmero del taxi se suma ahora el de la falta de paciencia de los usuarios

El buenismo imperante obliga a defender lo obvio con celeridad. No todos los taxistas son violentos, ni estafadores, ni timadores, ni tienen el coche sucio, ni la emisora que usted no ha elegido a toda potencia. Toma, claro. Dígalo usted rápido en cualquier tertulia, charla en el ascensor o conversación sobrevenida. Puede, si lo desea, usar la socorrida fórmula por la que los mafiosos de la parada del aeropuerto y otros aprendices no representan a todo el colectivo. Toma, claro. Pero pronuncie la teoría de la falta de representatividad con contundencia, con un punto de vehemencia a lo Rufián en el Congreso. Será usted un gran orador, un analista convincente ante sus vecinos, amistades o compañeros de trabajo. Puede también, como otra solución de urgencia, contar aquel día en que un taxista se comportó como un gran profesional, le ayudó con el equipaje, le llevó por el camino más corto, le preguntó si le molestaba la ventanilla abierta o la retransmisión del partido de fútbol. Y diga eso tan recurrente: "He conocido muchos taxistas que hacen muy bien su trabajo". Toma, claro. El abanico del buenismo ventila la mar de bien, el problema es que al cerrarlo nos seguimos topando con una realidad donde no habita Alicia, ni están las maravillas, ni los taxistas han asumido el reto del sigo XXI: el del esmero. Muchísimos se saben las mil y una formas para hacerle sentir incómodo en el vehículo, expresar su malestar porque el trayecto solicitado es corto y preferían a un extranjero con maleta de los que se dirigen al aeropuerto, no tener el aire conectado con tiempo suficiente para que el habitáculo esté refrigerado en verano, y muchos otros recursos, como esconderse en el bar de enfrente y no salir cuando un sevillano pregunta en la parada a quién le toca el turno... El tío que inventó las VTC vio un nicho de negocio enorme con dos flancos bien definidos: el monopolio no es eterno y el servicio del taxi tiene una carencias intolerables. El uso de corbata y la botella de agua no son detalles baladíes, están perfectamente pensados para contrarrestar la mala educación y los malos hábitos que se aprecian en muchos taxistas. Más le valdría al taxi organizar una nueva asociación que apostase por la transformación del gremio, por la formación en la prestación de un servivio de calidad, por el aprovechamiento productivo de unos profesionales que se conocen el callejero y las rutas, por dejar de manifestarse con formas trogloditas y mensajes violentos. Pero si los buenos no se movilizan, los malos ocupan los huecos. Y al problema de la falta de calidad y esmero que arrastra el taxi desde hace años se suma ahora el de la falta de paciencia de los usuarios. El manto del buenismo es finito. No cubre siempre la evidencia.

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