País de espaldas al campo

Los indignados agricultores seguirán sus concentraciones sin recuperarse de la sorpresa de que el país les mire

Como por ensalmo, España ha vuelto la mirada al mundo rural; una excepción en un país que vive de espaldas al campo. La revuelta de los agricultores ha cambiado la agenda: no se habla tanto de Cataluña, Venezuela o el Brexit. Las tertulias de radio o televisión y los articulistas se interesan por la cadena alimentaria, los aranceles, los costes de producción... Los primeros sorprendidos de tanta atención son los propios manifestantes, acostumbrados a que no les hagan caso. A diferencia de Francia, en España ni la opinión pública ni el poder están pendientes de la agricultura. Por el contrario, los grandes periódicos franceses dedican espacios cotidianos a su agricultura, y ministros del ramo llegan a presidente (Chirac) o primer ministro (Rocard).

Cuando Sergio del Molino publicó su ensayo La España vacía en 2016, su mapa del territorio despoblado se centraba en las dos Castillas, Aragón y Extremadura, aunque asimilaba el norte de Andalucía, sobre todo en la parte oriental. Pero desde entonces el éxodo de los pueblos ha achicado el mundo rural también aquí; no se ha frenado la emigración a los centros urbanos y la costa.

La mirada descuidada a la agricultura se reproduce también en una región que es una potencia agrícola mundial. Grandes metrópolis como Sevilla o Málaga viven ajenas a la importancia de este sector. No es el caso de Almería, Jaén o Córdoba. La pequeña Sevilla del poder está tan ensimismada con la industria aeroespacial, que Susana Díaz antes de perder San Telmo presumía de que Andalucía había cambiado su sistema productivo porque la exportación aeronáutica superaba a la olivarera.

Esta poca influencia de un sector estratégico tan importante como el agrícola tiene un reflejo en la escasa autoridad que ejercen en el conjunto de la nación las regiones agrarias de la mitad sur de España. Es el poder financiero e industrial, detentado en la mitad norte, quien dicta las relaciones comerciales o los acuerdos políticos que condicionan los modelos productivos. (Salvo Canarias, las ocho comunidades autónomas con partidos propios en el Congreso son de la mitad norte).

Olvidados por las autoridades autonómicas, desconcertados por la inacción de un ministro respetado, los indignados agricultores seguirán sus concentraciones, sin recuperarse de la sorpresa de que el país les mire.

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