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Jorge Benavides Solís

Profesor Titular de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura

Palabras y trampas

En una campaña electoral la verdad no es útil ni es posible. Ningún político se atrevería a decirla

En 1987, para evitar la palabra ecología y sus derivadas, en un Informe la ONU utilizó Sostenibilidad, entendida como la responsabilidad social en el consumo de los recursos naturales no renovables, o sea, los de la vida: tierra, agua, aire y fuego (energía). Su sobreexplotación está poniendo en peligro la vida en el planeta. A los pocos años, los políticos se encargaron de vaciarla de ese contenido. Para incluirla en las leyes la vulgarizó. Quedó convertida en muletilla útil, incluso para justificar los presupuestos y hasta la ciudad (sostenibles).

Mientras se decía: "España va bien", la corrupción engordaba. Cuando se la destapó con nombres y apellidos, se apresuró a diferenciar su tipología y las múltiples instancias previas al enjuiciamiento de los políticos: denunciado, imputado, investigado, sin sentencia firme, sentenciado, indultado. Se trataba de alargar los procesos judiciales y, sin querer, facilitar la prescripción.

Para escapar de las razonables dudas, los políticos tomaron como escudo la transparencia, sabiendo que en gran parte es imposible porque depende de dos extremos: en el ámbito del Estado es casi imposible legalmente (secretos, fondos reservados), y en el otro extremo, en la red, no hay límites. Facebook, Google, etcétera, disponen de nuestra intimidad: identidad, localización, actividades, deseos y hasta enfermedades. Para estos poseedores, somos iguales: simples paquetes de información transparente disponible a precios regulados por el mercado (publicidad, encuestas electorales, yacimientos de mercado, etcétera).

En una campaña electoral la verdad no es útil ni es posible. Ningún político se atrevería a decirla. Tampoco un asesor de imagen ni de publicidad lo permitiría; mucho menos ahora, en la época del neuro-marquetin. La hemeroteca maldita de la TV lo comprueba. Rajoy dijo no saber nada sobre la tesorería de Bárcenas, Rivera sobre las primarias en León, González sobre el señor X. Aznar con Bush mintieron sobre la invasión a Iraq. Por eso resultó oportuno el libro de Lakoff (2007), Lenguaje y debate político para endulzar la verdad. Zapatero: "No hay crisis, sino recesión"; Montoro: "No son recortes, sino ajustes del presupuesto".

Hasta que incluso debido a la rápida adopción, la RAE, se apresuró a incorporar al diccionario la palabra posverdad, por primera vez utilizado por S. Tesich diez años antes: "Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad". Más que la razón importa la emoción, el placer más que el deber, ver más que mirar.

A la libertad se la ha vinculado priorizando la economía: la de mercado y de empresa, incluso de prensa, que no es lo mismo que la de opinión del periodista. "La libertad de expresión se degrada si sólo sirve para decir tonterías", dice Lledó. Para comprobarlo basta ver la tele o escuchar las tertulias, aunque éstos según G. Bueno, la basura también es un testimonio social.

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