¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

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Palacio de la Motilla: lo que pierde Sevilla

Lo que era un signo de permanencia se convertirá en un hotel más de este gran decorado que ya es la ciudad

El Palacio de la Motilla.

El Palacio de la Motilla. / José Ángel García

A estas alturas sabrán ya que el Palacio del Marqués de la Motilla se ha vendido con la intención, entre otras cosas, de crear un nuevo hotel en Sevilla (otro más). Lo contó el sábado en estas páginas Carlos Navarro Antolín. En principio, hay poco que objetar. Cada uno hace con sus bienes lo que quiere, siempre, claro está, que lo permita la legislación vigente. En el caso que nos atañe parece que se cumplen las dos condiciones. No hay que ser Hobsbawm para saber que a lo largo de los tiempos todos los bienes muebles e inmuebles han cambiado de manos. Estamos ante una historia tan antigua como la prostitución, la religión o la guerra. Y, sin embargo, sería una torpeza considerar este hecho como una operación de compra-venta más, a la misma altura que la de un piso de Nervión o una parcela en Carmona. El Palacio de la Motilla, casa del linaje de los Santillán –al que pertenecían sus propietarios– desde hace 800 años, no es sólo un mero edificio más o menos grande y valioso, sino también un fastuoso tesoro de bienes muebles y documentales condenado ahora a la dispersión. Pese a su aspecto historicista italianizante –el que le concedió la reforma realizada en los años veinte del pasado siglo por los arquitectos Gino Coppedè y Vicente Traver–, estamos ante un inmueble asentado sobre una parcela del repartimiento, con un patio del siglo XVII y alguna estancia del siglo XVI. Los que lo conocen destacan, además de su enorme riqueza en cuadros y artes suntuarias, su magnífico archivo señorial en el que se encuentran algunas de las claves de la historia del Reino de Sevilla.

Ahora, lo que fue signo de permanencia de la vieja Sevilla será un hotel, lo que supone un paso más en esa turistificación de la ciudad que está acabando con su riqueza de significados y espacios para convertirla en un decorado de cartón piedra, en un monocultivo de hotelería y hostelería. Si los años sesenta y setenta fueron los de la destrucción del patrimonio mediante la piqueta, el siglo XXI es el de la aniquilación de la antigua urbe mediante el exterminio de la pluralidad de usos. Lo vimos claramente cuando algún lumbrera propuso que Capitanía y la Universidad dejasen sus respectivas funciones militar y educativa para convertirse en algo así como en un cebadero de croquetas para los congresistas de Fibes. Afortunadamente, ambas instituciones se limitaron a lanzar una carcajada. No ha sido así con el Palacio de la Motilla. Había planes para abrirlo al público (turistas también), pero ahí quedaron. Eso sí, probablemente se podrá ir a tomar café a un escenario cuqui y de cartón piedra, rodeado de turistas ricos con chanclas y sudaderas de Gucci.

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