Cómo combatir el espantoso síndrome de abstinencia en este tiempo de Cuaresma sin Semana Santa es la cuestión. Ayer, tras la triste constatación de que el cambio horario no repercutía absolutamente en nada, de que no se corría peligro de llegar tarde a cualquier parte por la simple razón de que no tenemos donde ir, la cosa está en de qué manera se lucha contra el terrible mono que padecemos y que se agravará en breve por la sencilla razón de que, como ha dicho quien maneja la barca, lo peor está por llegar. Un servidor, que nunca fue asiduo a pregones, ayer echó de menos ver al querido Julio Cuesta en el Maestranza anunciándonos lo que todos esperábamos, ver a la burra bajando la rampa y al Señor por Cardenal Spínola. Y no sé cómo saldremos de esta encrucijada que la vida nos reservaba como un número más en su nutrido repertorio de bromas macabras.
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