TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Azul Klein

Charo Ramos

chramos@grupojoly.com

"Panchita furiosa"

Reclaman derechos laborales para sus madres, quieren verlas más porque muchas trabajan internas

Cuando llegó la mañana de este Ocho de Marzo ya estábamos agotadas. Era viernes, el día más complicado en muchas empresas. Es la jornada en que se dejan recursos y adelantos para los compañeros que trabajan el domingo; el día en que otras cierran balances, envían paquetes por mensajería, acomodan al público en los teatros y alojan a los inquilinos que llegan a los hoteles para pasar el fin de semana.

Paro dos horas para acudir a la manifestación y sumergirme en otras realidades. Me acompañan dos mujeres, una gallega y otra vasca; conmigo, la andaluza, completamos un cuadro curioso. Estamos extenuadas. Pienso que es por la crisis de mi sector y ellas se llevan las manos a la cabeza. "La gestión cultural o la turística están también fatal, vamos siempre con la lengua fuera". "Y por cada diez hombres que asciendan verás una sola mujer", añaden.

No hay ámbito donde sea fácil hoy día llegar a un viernes sin que te falte el aliento. El techo de cristal puede volverse de hormigón los viernes por la tarde.

En la manifestación veo a muchos hombres de todas las edades, claramente concienciados. "El feminismo es igualdad", me explica uno de ellos. Yo, que leo a menudo a Rebecca Solnit, sonrío.

Recorremos el Paseo de Colón rodeadas de chicas jóvenes que ponen toda su energía en cantar y gritar lemas a cada cual más ingenioso. Nos contagian su ímpetu. El año pasado la media de edad era bastante superior. Una de nosotras fue con su madre y con su hija, tres generaciones de la mano. De pronto, todo el mundo se tira al suelo contra la violencia machista. Nos falta flexibilidad o, como dicen ahora, firmeza; tendremos que ayudarnos entre las tres a ponernos de nuevo en pie.

Los saltos y la primavera anticipada nos provocan una sed terrible y paramos a comprar agua. Al regreso a la manifestación las jóvenes en nuestra fila tienen la piel más oscura. Son las hijas de las trabajadoras africanas y latinas que residen en Sevilla. Claman contra la explotación, reclaman derechos laborales para sus madres, quieren verlas más porque muchas trabajan como internas cuidando a mayores y se ausentan semanas enteras del hogar. "Panchita furiosa", dice una pancarta. Orgullosas de ser de aquí y a la vez diferentes.

Antes de despedirnos y regresar a mi oficina, donde me reencontraré con una de las mujeres que más admiro en mi profesión tecleando para ofrecer un relato honesto y veraz de la jornada, cada una hace un propósito. "Apuntarnos a un gimnasio". "Afiliarnos a un sindicato". "Y hablar más con nuestras madres", que diría Panchita furiosa.

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