AHORA que hace tanto frío hay a lo largo de España un puñado de reporteros y cámaras desparramados por cunetas y pueblos perdidos contándonos, efectivamente, lo escuetos que andan nuestros termómetros cuando lo podemos comprobar con un simple vistazo por la ventana. Un celo por la credibilidad que bien lo quisiéramos en otras vertientes. Los políticos, por cierto, andan descorazonados porque el pueblo parece que no confía en ellos. Y para más inri, unos tipos que dicen proteger a la ministra Ana Mato le dañan una mano a la periodista de A-3 Soledad Arroyo que siempre ha destacado por su templanza y profesionalidad. España va bien. Que rescaten también el lema.

Las cadenas ya tienen sitios reservados con vistas a la plaza de San Pedro. Toca espera de fumatas en un acontecimiento excepcional entre el Festival de Eurovisión y Gran Hermano, los invisibles cónclaves que darían vida al más apasionante e intenso reality que pudiera concebirse. El formato ya estaba ahí, aunque nunca habrá una cámara que lo capte (hay misterios que nunca deberían televisarse). De esas elecciones de silencios, ritos y papadas surgirá la persona más influyente del planeta, mal que les pese a muchos. Nos quedan unos cuatro días de cuenta atrás. Lo que daría la Milá por debatir un rato con el Espíritu Santo.

Ante un acto tan invisible como los abrazos de la fe, los informativos tendrán que recurrir a los vaticanistas, a esos analistas y pronosticadores investidos, parece, con el conocimiento de los secretos púrpuras. Quedan cuatro días de divina lucubración. Entonces llegará el sensacional impacto de una simple humareda blanquecina...