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Joaquín Pérez Azaústre

Paredes de la noche

PORQUE la noche no tiene paredes Caballero Bonald ha escrito un velado laberinto, una geografía urbana imaginaria con estructura móvil, prensada y transparente, para encontrar los límites. Quizá porque la noche sí tiene paredes es preciso escribir que no las tiene, que se ha ido edificando en un solar con las huellas marcadas por un tiempo que cae como una gota de arena incandescente por las grietas de hoy. Sin embargo, todo lo que se escapa o se detiene en el instante de lo inaprensible puede ser materia de un poema, puede ser la nuez y hasta la médula ósea de un poema. Así la pura noche, como espacio vital de rebeldía sangrante y afilada ante los usos de lo acostumbrado. Nos ampara la noche, aun como recuerdo o reverberación, quizá como sustancia de la vida posible en el adarve o, en las uñas del día, del arañazo de la libertad.

Descubrir, a estas alturas del poema enorme de su vida, a José Manuel Caballero Bonald, es un oficio de incautos, o una ingenuidad que en el mejor de los casos obedece al fulgor de la pura belleza verbal por el asombro. Con su anterior libro de poemas, el todavía reciente Manual de infractores, llamó ruidosamente la atención un tono tan contestatario, tan celebratorio de la pura insurgencia, con la misma vehemencia adolescente, ardorosa y sensata que ningún poeta joven supo exhibir entonces. Se dijo entonces que Manual de infractores era un libro joven, del poeta más joven, y se leía entonces con pasión ese convencimiento del desacato lúcido ante la incontinencia de la iniquidad. Ahora, para empezar el curso con un descubrimiento relativo, nos llega un nuevo libro de poemas de Caballero Bonald, por ahora el último, titulado La noche no tiene paredes, y advertimos que es un libro de edad, que es un libro mayor en el enfoque y en la intensidad: no es un libro-protesta, no es un libro-puño, pero sí que obedece a ese remanso inestable y consciente de la intermitencia convencida ante la trampa de cualquier certeza. La única certeza que acompaña a que la noche no tenga paredes dibujadas en el acecho de la realidad es que ya queda poca noche para el recuerdo de las noches pasadas, que hay una mirada concentrada en la perplejidad de lo que ocurre.

La mirada perpleja de Caballero Bonald es su escritura, es el conocimiento de los días pendientes disueltos como un tiempo granulado en las fotografías. No creo que el adjetivo joven necesariamente sea elogioso, pero este libro lo es no tanto en la actitud como en la intensidad de una falta continua de respuesta. El barroquismo ahora es íntimo, directo. Frente a los opositores engorrosos a una verdad suprema, el poeta se abraza a sus interrogantes para seguir siendo, hoy, un hombre de su tiempo.

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