la tribuna económica

Gumersindo / Ruiz /

Paro y desconcierto

EN Economía, como sucede en otros ámbitos de la vida, casi todo lo que se presenta y vende como algo evidente suele ser falso. Los partidarios de las soluciones de mercado, absolutas y únicas, para reparar la economía están perplejos, porque las medidas de liberalización del mercado de trabajo, y otras que tan insistentemente se habían exigido, no han tenido el efecto deseado. Podrán decir que son incompletas, pero en algo deberían haber contribuido a frenar el desempleo. De la misma manera, las propuestas de rebajas de impuestos, cotizaciones a la seguridad social, anular los convenios, podrían beneficiar a algunas empresas, pero no garantiza que vaya a generar empleo, pues la empresa puede funcionar, como está ocurriendo, con ganancias de productividad y menos mano de obra.

También se exige que fluya el crédito a la pequeña y mediana empresa, y hay fuertes quejas acerca del papel del sistema financiero en proporcionar liquidez. El crédito oficial se ha visto que no es una alternativa, y habría hecho falta que, por ejemplo, se hubiera quedado con una red de oficinas bancarias por todo el país, para acceder de manera directa y efectiva a sus posibles clientes. Pero esto no puede ni siquiera plantearse, porque supone una intervención en la economía de mercado. De la misma manera que no se dice cómo puede un gobierno, en una economía no intervenida, obligar a que fluya el crédito.

Pese a todas las críticas que se lanzan contra el gobierno actual de Estados Unidos y su banco central, sólo mediante una intervención pública sin precedentes se ha rescatado no sólo el sistema financiero, y en parte el hipotecario, sino un sector tan importante como el del automóvil. Tanto General Motor como Ford quebraron y recibieron luego un apoyo público que les ha situado de nuevo como empresas punteras en esta industria; y con ellas, se rescató a toda la industria auxiliar del automóvil. En una combinación de intervencionismo estatal y métodos capitalistas, el gobierno ha recuperado el dinero invertido gracias al aumento de valor en bolsa de esas sociedades; de la misma manera que los bancos centrales han ganado mucho dinero prestándole a los bancos, y el gobierno español financiando y dando avales. Estas historias no son muy populares, pues no complacen ni a los que critican que el estado se alíe con el poder y salve a las grandes empresas, ni a los que creen que la liberalización económica lo solucionará todo.

Con el sector de la construcción en profunda crisis, la economía española no tiene actualmente capacidad para generar empleo suficiente en relación a la población activa que ha aparecido en los últimos quince años. Esto no va a solucionarse con unas pocas medidas liberalizadoras de la economía. Si de verdad creemos que la situación es grave, que lo es, debería aceptarse que la intervención pública tiene que ser de mucho más alcance del que imaginamos. Una maquinaria que está estropeada no va a funcionar por mucha confianza que generemos sobre ella, ni se va a arreglar sola. Hace falta repararla, y esto supone cambios, tanto en el ámbito público como privado, que hoy nadie con suficiente poder parlamentario se atreve a sugerir.

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