EN Viaje al centro de la tele, transición estelar de La 1, se ha procedido a amontonar toda la nostalgia posible hallada por los archivos de TVE, sin apenas criterios. Ya no es una selección, con dibujos de Forges y la voz de Santiago Segura como un muñeco de la Disney, sino un amontonamiento de todo lo que puede hacer cosquillas a la memoria, lo que termina convirtiéndose en un masaje cansino.

En estos días se han recordado las actuaciones en Telepasión, el show navideño de los propios presentadores y actores de TVE, que entonaban canciones conocidas con coreografías desiguales y escenografías según andaba de presupuesto la corporación pública. Las actuaciones, algunas deliciosas, de primeros de los 90 se identifican por el derroche de extras y cartón piedra, en aquellos años en los que La 1 presentaba todo el músculo posible ante las privadas, que se le iban subiendo a las barbas. De aquel despendole de desatinos acabamos derivando en la ruina encadenada que se fue tejiendo Prado del Reír hasta el despropósito de nuestros días.

Con todos estos fragmentos de Telepasión, con voces en play back y muchas interpretaciones que hoy no pasarían el corte de la fiesta de fin de curso del colegio de sus hijos, se demuestra que el pasado lo solemos tener idealizado. Y si María Escario, Elena Sánchez o Jordi Hurtado nunca estuvieron llamados a ser los mimados de las discográficas, porque a fin de cuentas lo de ellos es hablar, no cantar, hubo otros nombres bien pagados y prescindibles de la cadena pública como fueron Ana Obregón o Mónica Pont. Ni cantaban, ni bailaban, como Lola Flores. Y sin un micrómetro cúbico del arte de la de Jerez.

Sabemos que la nostalgia, que la tenemos ahora al alcance de cualquier teclado, ya no es lo que era. El pasado televisivo está muy pasado. Viaje al centro de la tele ratifica que no hacen falta rescatar nombres del ayer para salvar a TVE. En estos tiempos de futuro efímero sólo nos vale el presente.