Plaza nueva

Luis Carlos Peris

Paseando por la Avenida

CUANDO el primer lunes de febrero de 2006 se abría la Plaza Nueva a este rincón del periódico, el tranvía era sólo un proyecto acogido con una considerable división de opiniones. La gente se dividía entre los que se acordaban de la madre del que decidió la vuelta de los raíles y los que preferían anatematizar al padre del mismo. O sea que nadie estaba de acuerdo en la recuperación de un tipo de transporte que cuando fue quitado de Sevilla significó como una liberación. Aún recuerdo aquella marea negra con que se cubrieron los raíles y cómo en algunos sitios dichos raíles aparecían con las primeras lluvias o con esas calores que derretían la capa asfáltica. Por ejemplo, unos raíles muy cercanos a la Plaza Nueva, los de Hernando Colón, nunca acabaron de desaparecer completamente. En fin, que el invento de que el tranvía volviese por Plaza Nueva no tenía buena acogida y hasta se impelía a que la obra no se ejecutase, pero...

Eso era cuando arrancó esta columna, pero las cosas han cambiado y entre todas esas cosas, la opinión que le merece al ciudadano el retorno del artilugio y también sus consecuencias, sobre todo la peatonalización de la Avenida. Entre críticas a los horrendos postes que sustentan las catenarias y el miedo a algo tan inquietante como era no poder circular en automóvil por una arteria vital, el proceso de instalación del tranvía estuvo acompañado de una crítica acerba a los que urdieron el invento. También desde aquí se veía la cosa con pesimismo, sobre todo por el afeamiento que iba a sufrir una zona que está considerada como la más importante de la postal de Sevilla.

Y si esta columna nacía en febrero de 2006, el tranvía echó a andar el día que se cumplían los veinticinco años de la entrada de Felipe González en la Moncloa, que ya se sabe que los políticos no dan puntada sin hilo y la memoria se maneja como mejor conviene. Y arrancó el tranvía el 28 de octubre de 2007, y, aunque todavía existen tercos objetores de dicho vehículo que se resisten a utilizarlo, a ver quién niega que la Avenida ha ganado en estética y en comodidad. Es una delicia tomarse una cerveza en esa especie de barrera maestrante que es la ventana de Casablanca y no digamos cómo cunde el helado en casa de Paco Hermosilla sin tubos de escape contaminantes, sólo con el soniquete del tranvía, que más que el tranvía parece que se acerca la Mortaja con su muñidor abriendo paso. Nada así ocurría cuando esta columna iniciaba una singladura que posiblemente se haya alargado para muchos y haya tenido corta vida para alguno. Nació cuando el tranvía se observaba como una horrenda amenaza y dice adiós con el corazón y cuando esa amenaza comprobado quedó que era totalmente infundada.

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