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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La lluvia en Sevilla

Paseo de las (pocas) delicias

Volver con la compra por algunas zonas de Sevilla debiera ser deporte olímpico

No hace falta ser Casandra -aunque me echen las mismas cuentas que a ella- para vaticinar que, pasados estos tiempos de distancias, muros de metacrilato y viscosos geles, volverán, renovadas y agazapadas en su Caballo de Troya, las apreturas de gente y la saturación de los espacios. Volverá el mogollón, que no es exactamente igual que la bulla; esta última, aunque también agobiante, al menos es autóctona y efímera. Volverá la Sevilla de Mogollones (que no hay que confundir con la Sevilla de Magallanes) con ansias renovadas. De la pandemia, me temo, no saldremos con la armonía que aportan los deberes hechos, sino con el desconcierto que provoca el afán de retornar a la casilla de salida sin haber revisado aquellas cosas que hacen de Sevilla un lugar menos habitable.

Valga de ejemplo, de mal ejemplo, el tramo del Paseo de Colón desde Reyes Católicos a Adriano, cualquier tarde-noche de sábado, con sus veladores suntuosos, sus cachimbas, copazos de balón y vociferios. Era intransitable antes del Covid y ha vuelto a serlo en cuanto se ha podido. Los transeúntes pasan a toda prisa y como pueden por la zona. En el Paseo de las Delicias, la Policía tuvo que desalojar la semana pasada un bar con más gente que ojú. Ya abogué en pasados artículos por que la relajación de la norma de los veladores no fuera sine die ni en perjuicio de los viandantes, cada vez más asediados por el tráfico, los aparcamientos en doble fila, las cubas y el mobiliario de los bares (veladores, sillas, macetones, sombrillaca, aspersor de agüita o braserillo para el cogote, papelera pillada con la pata de la mesa…). Volver con las bolsas de la compra por algunas partes de la ciudad debiera valorarse como deporte olímpico: es el Paseo de las (pocas) delicias. Valoro, eso sí, que las nuevas tarimas se ubiquen en la zona de aparcamiento; por vez primera se puede avanzar por algunas aceras sin colisionar con parroquianos.

No digo esto por en perjuicio de la hostelería sino a favor de las gentes todas de esta villa y de su convivencia. El argumento de salvar la economía de estos negocios no puede entrar en colisión, ni ahora ni antes, con la defensa del espacio público para todos los habitantes de la ciudad. Las ciudades tienen una danza interna, una manera de moverse en armonía, un ritmo que las hace únicas. Sevilla, por sí misma, tiene un tempo y un compás en su trajín realmente maravilloso. Cargarse esa cosa tan intangible es lo que venía pasando sin piedad, a base de mogollones, en los últimos tiempos. Volvérnoslo a cargar a base de saturación y ansia viva puede ser el futuro próximo. Ello sería, además, pan para hoy y hambre para mañana. Aún queda tiempo (poco) para meditar sobre ello.

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