Visto y Oído

francisco / andrés / gallardo

Pasteleo

EL deseo por la comida nos iguala a todos y de ahí que la televisión haya democratizado la cocina esmerada y lo gourmet. Ante la catarata de cazuelas bullendo, con tantas recetas que elaboran maestros y novatos, es comprensible que cualquier ocioso espectador diga "eso también lo hago yo". Y lo dicen para sí mismos, o poniendo a la familia por testigo. Después caemos en la tentación y comprobamos que las lubinas o los solomillos no están tan domesticados para unas manos poco avezadas.

Tanta comida televisiva a largo plazo está contribuyendo a que comamos mejor y le demos a la olla, con perdón por la rima, la dedicación que se merece. O esa debería ser la intención final. Y la comida cuando es un espectáculo deja de ser comida y puede derivar en simple capricho artístico. La sublimación del azúcar se exhibe los domingos por la mañana en el canal Divinity con el maratón de Dulces e increíbles. Jeff Goldman, haciendo honor a su apellido, comienza a atender pedidos de tartas imposibles a la hora del desayuno, una salivada tentación mientras se mojan las magdalenas; pero es que es la hora de comer y todavía se están reponiendo tartazos, en el mayor empalagamiento que existe en la TDT.

La pericia del equipo de Charm City Cakes, que pueden dedicarse días enteros a recrear un hipódromo o a convertir un bizcocho en un coche por control remoto, es realmente asombrosa. Después, eso sí, cobran más de mil dólares por cada encarguito extravagante, que puede ser zampado en minutos para desesperación de estos artistas que son ya ídolos. Otra cuestión es que estos artesanos del plasticoso fondat trabajan sin gorros, con ropa de calle y en condiciones que no pasarían los controles de los inspectores de la Junta de Andalucía del estado de Maryland. El pachangueo de la gente de Goldman y su pastelera madre nos obligan a intuir que todo eso que hacen, realmente, no tiene pinta de demasiado comestible. Nos quedamos con la sinceridad impecable de Arguiñano.

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