CONFIESO que llevo mal el desarrollo concreto del llamado proceso de paz en el País Vasco. Claro que asumo como una noticia esperanzadora que las alimañas hayan dejado de matar. Pero, lejos de esos titulares huecos que proclaman la derrota democrática del terrorismo, creo que los hechos indican más bien todo lo contrario. Al cabo, las terminales partidistas de la banda gobiernan hoy numerosas instituciones vascas, sus ideólogos marcan la agenda y el ritmo de los acontecimientos y hasta el PNV, teórico fiel de la balanza, parece encantado con su nuevo papel de emisario de los dictados batasunos.

Sólo así puedo comprender la reciente entrevista entre el lehendakari Urkullu y el presidente Rajoy. El objeto de la misma, la presentación de un plan escalonado de excarcelación de presos de ETA, se circunscribe al único fin todavía inalcanzado por los asesinos: que no quede ninguno en la cárcel, que todos vuelvan como si nada a las calles de una tierra de la que se están apropiando. Los argumentos manejados por Urkullu, no sé si, además de transmitidos, también suyos, son verdaderamente inaceptables: no basta, no puede ni debe bastar, con que ese siniestro universo se manifieste consciente del "sufrimiento injusto" provocado; tampoco, con que todo acabe explicándose como el molesto fruto de un "mal necesario"; es indigno, en fin, que, para los presos con delitos graves de sangre cometidos en los últimos diez años, se terminen pidiendo "estrategias de justicia restaurativa y medidas flexibles de excarcelación progresiva o indulto".

Ignoro la reacción de Rajoy ante semejante correo. Pero no el sentir, porque lo expresan, de quienes perdieron a los suyos en el camino. Leo la carta que Rubén Múgica escribe a su padre, Fernando Múgica, asesinado por ETA hace ya 18 años. De ella, extraigo su percepción de esa realidad que nos hurtan. "Las víctimas del terrorismo, afirma, somos un obstáculo para eso que llaman paz: paz por aquí, paz por allá, paz a todas horas, paz hasta en la sopa […] Para que querrán tanta paz si los muertos os limitábais a aguardar el turno de vuestro asesinato".

Paz de neón la denomina, con la rabia y el dolor de su herida eternamente abierta. Y es que esa paz sin reparación ni justicia que maquinan, políticamente correcta y desmemoriada, desvergonzadamente parcial, pragmática y sucia, como siempre por la espalda, se asemeja demasiado al completo y horrendo triunfo de las bestias.

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