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El pasado domingo les decía que nuestros trabajadores seguirán cobrando, con seguridad, una pensión en el futuro, aunque, al tiempo, subrayaba las incertidumbres sobre su cuantía. Un segundo dato, también tomado del informe The Ageing Report de la Comisión Europea, incide en esas dos vertientes: tras analizar todos los posibles escenarios (demografía, condiciones para el cálculo de pensiones, menor contribución -porque los trabajadores serán menos- del mercado laboral), determinan sus autores el porcentaje sobre el PIB que, en 2060, representará el presupuesto en pensiones. Para España, que gasta hoy en ese capítulo un 11,8 del PIB, la cifra disminuirá al 11% en tal fecha.

Ese augurio optimista, que avala la sostenibilidad del sistema, tiene, claro, trampa. Si alcanzamos un porcentaje de jubilados mucho más alto y dedicamos más o menos el mismo porcentaje de la riqueza nacional a las pensiones, es obvio que cada pensionista percibirá bastante menos. La tarta es la que es y a más comensales, menor ración. Eso, por otra parte, parece inevitable: la población con más de 65 años va a pasar de un 18% en 2013 a un 33% en 2050.

Resta, además, un último escollo: se irá perdiendo poco a poco poder adquisitivo a lo largo de la jubilación. ¿Cuánto? Pues miren, eso es realmente difícil de calcular, quizás alrededor de 10 puntos a los 10 años de dejar de trabajar. Una alegría, oiga.

¿Soluciones? Algunas más factibles que otras. Así, aumentar de forma muy significativa el número de personas en activo, en torno a 10 millones, un propósito francamente arduo. Junto a ello, aumentar la productividad y los salarios, otro campo en el que tampoco estamos haciendo casi nada. Y, por último, una medida que sí está en nuestras manos: reformar el sistema e incorporar al vigente de reparto modelos de capitalización-ahorro. Se ha hecho con gran éxito, por ejemplo en Suecia u Holanda. Eso exige abrir un debate riguroso, leal, pragmático e inteligente, cualidades todas raras en nuestra política.

Nada de esto será útil sin el coraje de contarle al futuro pensionista la verdad sobre su horizonte. Eso es lo que en el fondo está fallando: el informar con transparencia a nuestros jóvenes para permitirles tomar, con fundamento cierto, sus propias decisiones. Aunque se soporten costes partidistas, el tiempo del secretismo y del silencio debe terminar. Porque el mañana galopa y pronto, para demasiados, será estúpidamente tarde.

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