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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Peor que un crimen

LA grabación de la conversación del ministro de Interior con el director de Antifraude de Cataluña demuestra lo mucho que ha avanzado España en tres décadas, por lo menos en lo que a la calidad de sus cloacas se refiere. Entre las mariscadas y las señoritas de Amedo y los "afinamientos" de la Fiscalía que pretendía Fernández Díaz hay un camino civilizatorio que es importante destacar. En este asunto, como en casi todos, los españoles se han dividido en dos grandes bloques machadianos: los que se echan las manos a la cabeza porque un ministro de Interior haya conspirado contra el nacionalismo catalán, y los que se lamentan amargamente porque el hombre del que depende la seguridad de los ciudadanos se haya dejado grabar en su despacho. Por una causa u otra, todos -menos Rajoy y su guardia pretoriana- han reaccionado con aspavientos ante la nueva metedura de pata de un político al que se le da mejor rezar que maniobrar en las aguas negras de la baja política.

Los espectros de Fouché -el fundador oficial de las cloacas- y Talleyrand se disputan la paternidad de la famosa frase que presuntamente se pronunció tras la ejecución del duque de Enghien por las tropas de Napoleón: "Ha sido peor que un crimen, ha sido un error". Lo más irritante del escándalo de la grabación de Fernández Díaz, al menos para la mano que escribe este artículo, ha sido ver al nacionalismo catalán salir en bloque con bríos renovados y argumentos viejos: "España no sólo nos roba, también nos acusa en vano". Los mismos que han violado sistemáticamente la legalidad, que se han mofado de las normas más elementales de nuestro ordenamiento, muestran ahora una especial sensibilidad hacia los fundamentos del estado de derecho y aprovechan los telediarios para reactivar un proceso que agonizaba lentamente debido a sus contradicciones. Como lo del duque de Enghien, todo esto ha sido peor que un crimen, mucho peor.

Lo más inquietante es que alguien perteneciente a la seguridad del estado grabó a un ministro, guardó el archivo en un cajón, esperó pacientemente y, a unos días de las elecciones, lo filtró para intentar influir en el resultado final de las mismas. ¿Con qué intereses? Lo desconocemos, pero este caso nos permite reflexionar una vez más hasta qué punto los ciudadanos somos manipulados por ese entramado llamado poder que es mucho más que el Gobierno de una nación: ministros conspiradores, policías traidores, medios que sirven de entusiastas altavoces... La política también era esto.

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