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Rafael Padilla

Periodismo deportivo

PODRÍA objetárseme que hoy me dedico a un tema menor. Nada, sin embargo, más lejos de la realidad. Hay millones de personas que siguen a diario únicamente la información deportiva, convirtiéndola, por ende, en un instrumento privilegiado en la educación de actitudes y de conciencias. Cualquier santón de la opinión futbolística, por ejemplo, tiene más devotos y oyentes que la gran mayoría de nuestros políticos y, en consecuencia, una extraordinaria mayor capacidad para conformar un determinado clima social y para ensalzar ciertos valores en detrimento de otros.

Lejos de ser consciente de su enorme relevancia, el periodismo deportivo español, con las naturales excepciones, parece orgulloso de su creciente hooliganismo. Palmeros y fanáticos están copando la nómina de la profesión. En ella, apenas va quedando sitio para la ecuanimidad y para la objetividad, cualidades ahora raras y que, por supuesto, encumbran menos que la pasión, el sectarismo o la agitación. Basta con asomarse a cualquier tertulia nocturna del ramo para darse cuenta de la ya imperceptible distancia entre programas deportivos y programas del corazón. En ambos huele a la misma basura, asquerosa pero rentable, que dispara audiencias, crispa ambientes y excita el rincón menos racional de nuestras inteligencias. Como alguien ha señalado, nos invade el forofismo, el divismo al servicio de unos colores, la escasa rigurosidad, los intereses de todo tipo, la mentira, el coleguismo, el gañoteo y el sempiterno afán por crear polémicas artificiales.

Prolifera, incluso, la figura del informador-estrella, más cercana a cualquier otra de la farándula que a la del profesional agudo, entendido y crítico, exigible y exigido por los cánones del oficio. En todos los campos, pero muy especialmente en el fútbol, se está consagrando un bipartidismo empobrecedor que encuentra sus campeones, sus medios y sus frentes, sin la más mínima preocupación por la verdad.

No saben -o acaso sí y no les importa- el daño que hacen. No sólo porque simplifican bobaliconamente el debate, obviando sin más otras sensibilidades, sino, sobre todo, porque ahondan en la España perpetuamente bipolar, obcecada e insultante. Lo oí en una de estas refriegas entre merengues y culés: "a los catalanes los vamos a mantener de rodillas como siempre". Frase ejemplar, observarán, que, junto a exabruptos similares procedentes de la otra orilla, contribuye a tensar, todavía más, la deshilachada cuerda de un país estúpidamente dividido y divisor.

Al cabo, no me engaño, la culpa es nuestra. Somos nosotros los que prestamos crédito a este seudo periodismo babeante de ira, de rencor y de soberbia. De nuestra cuenta queda el barrer la mierda, el recordarles su función y sus límites y el expulsar del foro, ojalá lo hagamos, a tanto payaso deslenguado que triunfa con la peligrosa y mísera arma de su paupérrimo talento.

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